miércoles, 31 de octubre de 2018

Primer capítulo de La piedra blanca.

La piedra Blanca.



















El jinete negro.
























I.









Hundió el último cántaro en el río, asegurándose de llenarlo hasta el asa, y luego lo depositó en el carro junto al resto. Sumergió ambas manos, superponiendo una sobre la otra y se refrescó la cara con el agua que abarcó en su interior.
Al alzar la mirada vislumbró el rastro de varias columnas de humo gris serpenteando en el cielo azul. Parecen provenir de la aldea, se dijo teniendo un mal presagio. Sin perder un segundo desató la correa que unía la montura del caballo con el carro. Introdujo el pie izquierdo en el estribo, y ayudándose de la cruz subió sobre éste. Sujetó las riendas con ambas manos, e hizo un poco de presión con la parte trasera del pie en el flanco derecho del animal, tras dar un leve estirón de las riendas, inclinó el cuerpo hacia la izquierda para obligarle a dar la vuelta; y sin perder un segundo espoleó al caballo, y éste tomó rumbo hacia la aldea.
Lo que contempló la dejó sin habla.
El fuego había engullido la mayoría de las casas; las que se mantenían fuera de su alcance estaban completamente destrozadas. Los establos y los graneros habían sido saqueados. Mirase donde mirase tan sólo veía destrucción. ¿Quién haría algo tan horrible?, deseó saber aun siendo consciente de que no existía respuesta en el mundo que pudiera justificar aquel horror.
Sin previo aviso, proveniente de la plaza, escuchó un quejido seguido de una voz familiar. Corrió con todas sus fuerzas hacia ella. ¡Es Loren! La imagen de su hermana pequeña se dibujó en su mente. ¡Tengo que ayudarla, tengo que ponerla a salvo! Lamentablemente, nada en el mundo podría haberla preparado para la perturbadora escena que contempló. Su cuerpo se negó a moverse al descubrir los cuerpos de los habitantes de la aldea, apilados unos sobre los otros.
Formaban una pira macabra que apestaba a sangre.
Un grupo de cuervos enormes describían círculos en el cielo. Graznaban y aleteaban expectantes; al igual que las moscas, que revoloteaban ansiosas alrededor de los muertos, sabedoras del festín que les esperaba. Comenzó a temblar convulsivamente; la angustia ascendió por su garganta y fue derramada sobre el suelo en forma de bilis. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
De su boca surgió un grito desgarrador incontrolable. Cayó de rodillas sobre el suelo empedrado al comprobar que el pequeño cuerpo que coronaba aquella inhumana montaña de muerte no era otro que el de su hermana pequeña Loren. Y como si fuera un milagro, de nuevo escuchó su voz. No era más que un susurro, pero estaba segura de que no se lo había imaginado. Se irguió tambaleándose hacia un lado y otro y fue en su busca.
Subió con mucho esfuerzo, aferrándose a la esperanza. Su mano entró en contacto con un número incontable de rostros desencajados, brazos cubiertos de sangre, pies fríos y manos flácidas. Hizo acopio de todas sus fuerzas para no tirar la toalla. Se obligó a seguir subiendo, pues sabía que la vida de su hermana pendía de un hilo. Cuando finalmente llegó hasta ella, la asió de las axilas y sin pensárselo un segundo saltó.
La arrebujó con cuidado entre sus brazos y se alejó de los cadáveres. Mientras la llevaba en brazos su hermana emitió un débil gemido. Se apresuró entonces a dejarla sobre el suelo y llamarla por su nombre.
Unos segundos más tarde la vio entreabrir los ojos y ladear la cabeza. Su hermana intentó hablar, pero su voz quedó ahogada por un repentino y severo ataque de tos. Fue en ese momento cuando de sus labios brotó sangre. Le levantó la ropa y el alma se le cayó a los pies. Un gran agujero atravesaba el vientre de su hermana. Pese al dolor que le causó descubrir la verdad, entendió sin un ápice de dudas que aquella herida no podría ser sanada. El tiempo jugaba en su contra, necesitaba conocer la verdad antes de que fuera tarde.
—Loren soy Lina; necesito saber el nombre del canalla que ha cometido semejante barbarie… Loren por favor...
Su hermana entonces clavó sus preciosos ojos verdes —que aun irradiaban belleza—, en ella y movió los labios. A pesar de ser un susurro, Lina escuchó sin problemas la confesión de su hermana pequeña.
—¿Rockhar? ¿El jinete negro?
Loren asintió.
—¡Loren te prometo que se lo haré pagar! ¡No permitiré que ése maldito asesino salga impune! —gritó llena de desesperación al entender que su hermana estaba a punto de exhalar su último aliento—. Pero primero encontraré la piedra blanca y la usaré para salvaros. ¡La piedra blanca os devolverá a la vida!
Loren sonrió, y justo después su corazón dejó de latir.

Habían transcurrido dos días desde la matanza. Dos días en los que su único cometido fue cavar tumbas y enterrar muertos. Delante de cada montículo clavó una tosca cruz de madera. Primero enterró a los niños, le siguieron los adolescentes, después dio sepultura a los hombres y mujeres de mediana edad; y por último entregó a la tierra los cuerpos de los más ancianos de la aldea.
Sobre las tumbas de su familia depositó lirios y margaritas. Rezó por ellos. Lloró desconsoladamente al pensar en sus padres y sus tres hermanos pequeños. Jacobo, Ephraim y Loren. Todos yacían ahora sin vida bajo tierra. Recordó con claridad sus caras y sus voces. Parecía que aun siguieran vivos, de hecho, seguían vivos dentro de sus recuerdos.
Toda su familia había sido asesinada brutalmente sin ningún motivo. Lina había sido arrancada de la felicidad. Había quedado huérfana de padres y hermanos, pero no por mucho tiempo. Debía ir en busca de la piedra blanca. Para llegar hasta ella tendría que adentrarse en la montaña de Edewinn, atravesar el bosque sombrío e internarse en el laberinto del lobo blanco.
Le esperaban aterradores enemigos y peligrosos desafíos, pero su recompensa valdría la pena.
Si para lograr salvar a sus seres queridos debía poner su vida en juego que así fuera. La piedra blanca otorgaba a quien se hiciera con ella el poder de retroceder en el tiempo. La  encontraría y se valdría de éste para alterar el tiempo. Si era capaz de anticiparse al ataque de Rockhar podría salvar y mantener con vida a todos los habitantes de la aldea, incluida su familia.

Pero no se contendría con tan poco, pues la venganza caería sobre el jinete negro. Lo emboscaría y lo mataría sin piedad. Lo haría con sus propias manos; ella sería la única con derecho a quitarle la vida, la encargada de arrebatarle el alma y mandarla al mismo infierno. Se aseguraría de que Rockhar jamás volviera a ver la luz del sol.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario