La piedra
Blanca.
El jinete negro.
I.
Hundió el
último cántaro en el río, asegurándose de llenarlo hasta el asa, y luego lo
depositó en el carro junto al resto. Sumergió ambas manos, superponiendo una
sobre la otra y se refrescó la cara con el agua que abarcó en su interior.
Al alzar la
mirada vislumbró el rastro de varias columnas de humo gris serpenteando en el
cielo azul. Parecen provenir de la aldea,
se dijo teniendo un mal presagio. Sin perder un segundo desató la correa que
unía la montura del caballo con el carro. Introdujo el pie izquierdo en el
estribo, y ayudándose de la cruz subió sobre éste. Sujetó las riendas con ambas
manos, e hizo un poco de presión con la parte trasera del pie en el flanco
derecho del animal, tras dar un leve estirón de las riendas, inclinó el cuerpo
hacia la izquierda para obligarle a dar la vuelta; y sin perder un segundo espoleó
al caballo, y éste tomó rumbo hacia la aldea.
Lo que
contempló la dejó sin habla.
El fuego
había engullido la mayoría de las casas; las que se mantenían fuera de su
alcance estaban completamente destrozadas. Los establos y los graneros habían
sido saqueados. Mirase donde mirase tan sólo veía destrucción. ¿Quién haría algo tan horrible?, deseó
saber aun siendo consciente de que no existía respuesta en el mundo que pudiera
justificar aquel horror.
Sin previo
aviso, proveniente de la plaza, escuchó un quejido seguido de una voz familiar.
Corrió con todas sus fuerzas hacia ella. ¡Es
Loren! La imagen de su hermana pequeña se dibujó en su mente. ¡Tengo que ayudarla, tengo que ponerla a
salvo! Lamentablemente, nada en el mundo podría haberla preparado para la
perturbadora escena que contempló. Su cuerpo se negó a moverse al descubrir los
cuerpos de los habitantes de la aldea, apilados unos sobre los otros.
Formaban una
pira macabra que apestaba a sangre.
Un grupo de
cuervos enormes describían círculos en el cielo. Graznaban y aleteaban
expectantes; al igual que las moscas, que revoloteaban ansiosas alrededor de
los muertos, sabedoras del festín que les esperaba. Comenzó a temblar
convulsivamente; la angustia ascendió por su garganta y fue derramada sobre el
suelo en forma de bilis. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
De su boca
surgió un grito desgarrador incontrolable. Cayó de rodillas sobre el suelo empedrado
al comprobar que el pequeño cuerpo que coronaba aquella inhumana montaña de
muerte no era otro que el de su hermana pequeña Loren. Y como si fuera un
milagro, de nuevo escuchó su voz. No era más que un susurro, pero estaba segura
de que no se lo había imaginado. Se irguió tambaleándose hacia un lado y otro y
fue en su busca.
Subió con
mucho esfuerzo, aferrándose a la esperanza. Su mano entró en contacto con un
número incontable de rostros desencajados, brazos cubiertos de sangre, pies
fríos y manos flácidas. Hizo acopio de todas sus fuerzas para no tirar la
toalla. Se obligó a seguir subiendo, pues sabía que la vida de su hermana
pendía de un hilo. Cuando finalmente llegó hasta ella, la asió de las axilas y sin
pensárselo un segundo saltó.
La arrebujó con
cuidado entre sus brazos y se alejó de los cadáveres. Mientras la llevaba en
brazos su hermana emitió un débil gemido. Se apresuró entonces a dejarla sobre
el suelo y llamarla por su nombre.
Unos
segundos más tarde la vio entreabrir los ojos y ladear la cabeza. Su hermana
intentó hablar, pero su voz quedó ahogada por un repentino y severo ataque de
tos. Fue en ese momento cuando de sus labios brotó sangre. Le levantó la ropa y
el alma se le cayó a los pies. Un gran agujero atravesaba el vientre de su
hermana. Pese al dolor que le causó descubrir la verdad, entendió sin un ápice
de dudas que aquella herida no podría ser sanada. El tiempo jugaba en su contra,
necesitaba conocer la verdad antes de que fuera tarde.
—Loren soy
Lina; necesito saber el nombre del canalla que ha cometido semejante barbarie…
Loren por favor...
Su hermana
entonces clavó sus preciosos ojos verdes —que aun irradiaban belleza—, en ella
y movió los labios. A pesar de ser un susurro, Lina escuchó sin problemas la
confesión de su hermana pequeña.
—¿Rockhar?
¿El jinete negro?
Loren asintió.
—¡Loren te
prometo que se lo haré pagar! ¡No permitiré que ése maldito asesino salga
impune! —gritó llena de desesperación al entender que su hermana estaba a punto
de exhalar su último aliento—. Pero primero encontraré la piedra blanca y la
usaré para salvaros. ¡La piedra blanca os devolverá a la vida!
Loren
sonrió, y justo después su corazón dejó de latir.
Habían transcurrido
dos días desde la matanza. Dos días en los que su único cometido fue cavar
tumbas y enterrar muertos. Delante de cada montículo clavó una tosca cruz de
madera. Primero enterró a los niños, le siguieron los adolescentes, después dio
sepultura a los hombres y mujeres de mediana edad; y por último entregó a la
tierra los cuerpos de los más ancianos de la aldea.
Sobre las
tumbas de su familia depositó lirios y margaritas. Rezó por ellos. Lloró
desconsoladamente al pensar en sus padres y sus tres hermanos pequeños. Jacobo,
Ephraim y Loren. Todos yacían ahora sin vida bajo tierra. Recordó con claridad
sus caras y sus voces. Parecía que aun siguieran vivos, de hecho, seguían vivos
dentro de sus recuerdos.
Toda su
familia había sido asesinada brutalmente sin ningún motivo. Lina había sido
arrancada de la felicidad. Había quedado huérfana de padres y hermanos, pero no
por mucho tiempo. Debía ir en busca de la piedra blanca. Para llegar hasta ella
tendría que adentrarse en la montaña de Edewinn, atravesar el bosque sombrío e
internarse en el laberinto del lobo blanco.
Le esperaban
aterradores enemigos y peligrosos desafíos, pero su recompensa valdría la pena.
Si para
lograr salvar a sus seres queridos debía poner su vida en juego que así fuera.
La piedra blanca otorgaba a quien se hiciera con ella el poder de retroceder en
el tiempo. La encontraría y se valdría
de éste para alterar el tiempo. Si era capaz de anticiparse al ataque de
Rockhar podría salvar y mantener con vida a todos los habitantes de la aldea,
incluida su familia.
Pero no se
contendría con tan poco, pues la venganza caería sobre el jinete negro. Lo
emboscaría y lo mataría sin piedad. Lo haría con sus propias manos; ella sería
la única con derecho a quitarle la vida, la encargada de arrebatarle el alma y
mandarla al mismo infierno. Se aseguraría de que Rockhar jamás volviera a ver
la luz del sol.
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