Hola, hace mil millones de años que no escribo nada en mi blog, de hecho, creo que tenía un par de seguidores... así que por unas cosas y otras lo dejé de lado. La cuestión es que quiero retomarlo pero con una única intención, y no es otra que promocionar mi libro, que acabo de publicar en Amazon, y otras obras que estoy en proceso de terminar, o tengo intención de terminarlas algún día. En otras palabras, mi pasión es la escritura y no encuentro mejor manera de promocionarme. Es sumamente difícil que te publiquen algo, ya sea por una cosa o por otra, las editoriales te suelen ignorar. Por ello, y aprovechando las nuevas redes sociales como Instagram, he creído oportuno y apropiado subir alguna que otra cosilla con el fin de que me conozcáis y con suerte, poder vivir de lo que me gusta, ya que ahora estoy a dos velas y vivir de aquello que te gusta es sin duda un sueño. Así que bueno, dejo de enrollarme y a continuación subiré el prólogo y las primeras páginas del primer capítulo de mi libro: (La hermandad de los cazadores. Lazos de sangre 1)
En efecto, mi intención es hacer una serie de seis libros, y además, en cada historia añadir una historia secundaria de un personaje que previamente haya salido en la historia principal o mencionado de alguna manera. La temática como se podrá comprobar al leer el prólogo es fantasía urbana, o lo que es lo mismo, romance erótico con tintes de acción. No todas mis historias pertenecen al género erótico, pero por algo hay que empezar a promocionarse y además, creo que en conjunto es una historia que puede gustar. Otra de mis historias, llamada La luz de Caronte, no entra dentro del género erótico, es más bien, aventura, fantasía y romance; no obstante, estoy a la espera de que Harlequin Ibérica a través de su concurso de novela romántica dé el nombre del ganador o finalista, y desgraciadamente tengo que esperar varios meses, concretamente hasta Febrero del año que viene, por lo que no podré subir nada referente a ésta. No obstante, intentaré subir cosillas de vez en cuando, para que en el caso de que os parezca bien, me animéis a seguir escribiendo, inclusive darme consejos o ideas. Y sin más preámbulos, aquí pego la dirección de Amazon referente a mi libro:
https://www.amazon.es/dp/B07J2M4YTW
La portada para que os pique el gusanillo:
Copiar y pegar la dirección en la barra de búsqueda de vuestro navegador y os llevará directamente, si hay algún problema aquí estoy para escucharos, o mejor dicho, para leeros.
Espero que os guste si optáis por comprarlo, y sé que 3 euros es una inversión un tanto costosa para un libro digital de una escritora desconocida, pero son los precios que me obligaban a poner y dentro de lo que cabe no es ninguna fortuna. Un beso a todo el mundo y nos vemos pronto!!! Salvo que me atropelle un autobús o me despeñe por el barranco que hay cerca de mi casa... ¡Sayonara!!
Prólogo.
Prólogo.
Creí estar soñando; pues nunca antes en mi vida había experimentado algo semejante. Me era imposible explicar con simples palabras lo que estaba sintiendo. Un profuso placer que me desbordaba los sentidos. Mi cuerpo se estremecía de arriba abajo, por lo que sólo era capaz de pensar en sus caricias y su exuberante pasión. Lo que me estaba haciendo no tenía nombre, era tan fantástico y maravilloso, que no alcancé a controlarme. Grité presa del placer y sin ser consciente le clavé las uñas en la espalda. Él gruñó y durante un segundo se detuvo para mirarme a los ojos. Su penetrante mirada me dejó sin aliento. Sin preverlo sonrió y se tiró a por mis labios. Me besó con tanta pasión que me dejó sin aire en los pulmones.
Nuestro frenético encuentro me estaba dejando exhausta. Intentaba seguir su ritmo, pero mi poca experiencia —lo que se resumía en unas pocas veces con mi ex, siendo las primeras veces desastrosas, y las siguientes poco gratificantes—, me estaba pasando factura. Él en cambio parecía más fresco que una rosa y no dejaba de susurrar mi nombre entre jadeos. Cerró los ojos y se dejó llevar, pero de improviso el placer se convirtió en dolor, y la luz fue cubriéndose de oscuridad.
Experimenté un fuerte tirón en el cuello seguido de un dolor agudo que me obligó a gritar. Abrí los ojos y lo que vi me llenó de espanto y terror. Estaba inclinado sobre mí, mordiéndome el cuello como un animal hambriento. Intenté quitármelo de encima, pero me agarró las muñecas con tanta fuerza que me fue imposible moverme. Gruñó sobre mi cuello y justo después, empezó a succionar. Ese maldito bastardo me estaba sorbiendo la sangre. Me revolví e intenté darle una patada en las costillas, pero el muy condenado era como una estatua de hierro. Lo único que conseguí con aquel forcejeo inútil, fue terminar más extenuada de lo que ya estaba.
¿Cómo había estado tan ciega? Había creído en todas y cada una de sus mentiras; ¡A pies juntillas!, y había caído como una tonta en su engaño. Era un sucio y asqueroso vampiro y me estaba arrebatando la vida cruelmente. Veintiocho días mintiéndome descaradamente con un único objetivo, utilizarme. ¡Qué ilusa había sido! Desde un principio me había querido llevar a la cama, desde aquella noche sólo había pretendido usarme como su alimento. Me estaba drenando poco a poco, como si fuera un suculento batido de sangre. No dejaba de sorber y beber de mí. Me estaba quedando seca y mi cuerpo empezaba a sentir la falta de vida. Un estremecimiento me barrió de pies a cabeza y mi corazón empezó a latir más y más despacio. Él en cambio parecía pasárselo en grande.
No sólo seguía bebiéndome, sino que el muy mal nacido no había dejado de zambullirse dentro de mí. Una y otra vez. Descontroladamente. Y en cada nueva embestida jadeaba, gemía y luego sorbía. Recordé la noche en la que nos conocimos y no pude contener las lágrimas. Todo había sido una asquerosa y sucia mentira. ¿Por qué no lo sospeché? ¿Qué me impidió ver la verdad? Me engañó como a una niña pequeña. Pero… ¿quién iba a pensar que lo ocurrido en el parque no había sido más que una burda mentira? ¿Un cruel teatro?
Todo había sucedido tan repentinamente, que ni en un millón de años habría sospechado que no era más que un sucio y vulgar embustero. Las criaturas que me atacaron seguían un guion establecido. La pelea había sido una completa farsa. Mi sorprendente y supuesto salvador era en realidad un despreciable mentiroso. Un asesino sin escrúpulos, un infecto chupasangre. ¿Acaso no había significado nada para él? ¿Me veía única y exclusivamente como un trozo de carne al que hincarle el diente? ¿Sólo era comida?
Mi pecho se llenó de ira y sin saber cómo ni de dónde saqué aquella rabia, estallé. Grité con todas mis fuerzas su nombre y le exigí que se detuviera. Lamentablemente era demasiado tarde. Mi visión se tornó borrosa y empecé a notar los brazos y las piernas sin vida. Masas flácidas de carne que ya no tenían ninguna autoridad. De mi boca brotó un gemido lastimero. Por favor, para, le supliqué. No puedo respirar, le dije. Antes de que todo se volviera blanco, alcancé a ver su rostro. Supongo que lo imaginé. Estaba al borde de la muerte y mi mente empezaba a desconectarse del mundo real. Pero allí estaban, sus afilados ojos clavándose en los míos.
Las facciones de su cara se contrajeron en una auténtica mueca de horror. En su mirada percibí la angustia y su voz sonó con tanta tristeza cuando pronunció mi nombre que aun sin quererlo, sentí lástima por él. Y antes de perder la conciencia lo escuché. Lo siento, lo siento… no te mueras por favor, no me dejes solo. Justo en el instante en el que la luz me engulló, algo líquido me bañó las mejillas y un grito desgarrador reverberó en mis oídos.
1.
Un mes antes.
Me
levanté de mal humor. Todos los días la misma rutina. Me despertaba a las siete
de la mañana, me vestía, hacía la cama, desayunaba, y caminaba quince minutos
hasta la parada de metro. Me subía en el tren de las ocho menos diez y tras
veinte minutos de espera tortuosa, llegaba a mi destino. Al otro lado de las
taquillas me esperaba mi mejor amiga.
Claudia era un auténtico torbellino. Siempre decía lo primero que
se le pasaba por la cabeza y era realmente divertida. A su lado parecía una
muñeca rusa. Pequeña y rechoncha. No es que yo estuviera gorda, ni mucho menos,
pero es que mi amiga era tan alta y delgada como una modelo de pasarela.
Su largo cabello —las puntas le rozaban la cintura—, era brillante,
de aspecto sedoso, y tan oscuro como el alquitrán. Aunque sus ojos describían
rasgos orientales, pues la forma de estos era rasgada, estaban enmarcados por
unas largas y frondosas pestañas que le confería al verde de sus ojos un intenso
brillo similar al de las esmeraldas. Poseía una nariz larga y un poco
respingona. Sus labios no eran excesivamente carnosos aunque sí muy
apetecibles. He de confesar que aun no gustándome las mujeres, Claudia me
parecía sin duda hermosa. Así que cuando nuestras miradas se cruzaron no pude
evitar sonreírle como una idiota.
Las clases transcurrieron sin incidentes ni imprevistos. Los
viernes eran soporosos y agotadores, ya que las tres primeras horas eran teóricas.
Tras concedernos un pequeño descanso de treinta minutos, nos limitábamos a ver
vídeos hasta que finalizaban las clases. Admirar el trabajo de otros
maquilladores me dejaba la autoestima por los suelos. Cierto era que algunos
trabajos eran pésimos y hasta un niño de cinco años podría hacerlo mejor, pero
la verdad era que la gran mayoría de profesionales en el sector eran
increíbles.
Estaba a punto de cumplir veinticinco años y a un año de sacarme
el título de maquilladora de efectos especiales. Y aunque no era de los mejores
de la promoción, podía decir llena de orgullo que sí la más original. Los
profesores no dudaban en animarme, y Michael; el encargado de enseñarnos cómo
adherir correctamente prótesis de silicona, no dejaba de repetirme a diario que
con un poco de esfuerzo llegaría muy lejos.
Caminábamos de vuelta a la boca del metro cuando Claudia me miró
con los ojos entrecerrados y en sus labios se dibujó una sinuosa sonrisa.
—¿Qué? —le pregunté consciente de que estaba maquinando algo con
su diabólica mente.
—Me preguntaba si tenías algo que hacer. A eso de las siete.
—Sabes que no…
—¿Te gustaría tomar una copa conmigo? Podríamos quedar en el bar
que hay cerca de tu casa, ése en el que los camareros están para ñam-ñam.
Puse los ojos en blanco y dejé escapar un suspiro. Me rasqué la
cabeza y ladeé el cuello un poco hacia la derecha. Puse morritos y pensé en su
propuesta. La verdad era que no tenía nada mejor que hacer, y quedarme en casa
encerrada no me servía más que para recordar una y otra vez al cabronazo de mi
ex. El muy hijo de perra me engañó con la que hasta ese momento había sido mi
amiga de la infancia. A pesar de haber pasado dos meses desde el incidente, mi
masoquista mente no dejaba de recordarlo una y otra y otra vez.
Llegué a casa más temprano que de costumbre; un profesor había
caído enfermo de gripe por lo que nos dejaron salir antes de tiempo. En cuanto
abrí la puerta supe que algo no iba bien. Lo primero que oí al entrar en mi
casa fueron unos lejanos jadeos provenientes del final del pasillo. El estómago
me dio un vuelco y una horrible sensación de desamparo me atenazó. Me dirigí
con mucha calma hacia la habitación de la que provenían aquellos gemidos y al
abrir la puerta me los encontré retozando como perros en celo.
Me quedé con la boca abierta. Negué con la cabeza y me tapé la boca
llena de horror. No obstante, fui incapaz de silenciar el aullido de dolor que
salió de su interior. Mi novio alzó la cabeza alarmado y me encontró de pie en
el umbral de la puerta, mirándolo fijamente con la mandíbula desencajada y el
rostro demudado. Vi el cambio en él. Se tensó como una cuerda de un violín, tragó
saliva y empezó a balbucear palabras que no logré entender.
Entreví sus intenciones. Intentó levantarse pero le grité que no
se moviera. No sé por qué lo hice, en ese momento no entendí mi reacción; pero
al admirar sus caras, al advertir la sorpresa, la vergüenza, y la incredulidad
en ellas, empecé a reír como una desquiciada. Ambos me miraron atónitos. Deseé
gritarles que no tenían ningún derecho a juzgarme y que por mi se podían ir a
tomar por culo. Cogidos de la mano.
Me armé de valor y con voz firme y potente les ordené que salieran
inmediatamente de mi casa. Jennifer no tardó ni un segundo en ponerse de pie y
vestirse. Cuando pasó por mi lado ni se dignó a mirarme. La muy perra no tenía
el valor de enfrentarme la mirada, pero justo antes de que saliera por la
puerta le grité que no se le ocurriera llamarme ni buscarme. La amistad que una
vez tuvimos se había esfumado en el mismo instante en el que se había dejado
penetrar por mi novio. Salió a toda prisa sin mirar atrás. Al darme la vuelta
me lo encontré mirándome con la boca abierta y en ropa interior. Intentó
hablarme, pero yo se lo impedí con un gesto de mano.
—¡Ni se te ocurra! —le espeté echando fuego por los ojos.
—Ana yo…
—¡No te acerques más! —le grité al entender sus intenciones—.
Recoge tus cosas y márchate ahora mismo de aquí. No quiero volver a verte, ¿me
has oído? Ya no formas parte de mi vida y por mí como si quieres tirarte por un
puente.
—Yo no quería… me… me dejé llevar —se excusó.
—¿Te dejaste llevar? —grité iracunda—. ¡Me importa una mierda el
motivo que te llevó a engañarme, lo único que me importa es que tu pajarito
salió del nido y se metió entre las piernas de Jennifer! —troné—. Así que
ahórrate esa palabrería barata de psicólogo; ¡Y sal cagando leches de mi casa!
—Ana por favor.
—¡Ni Ana ni hostias! ¡Vete Marc, y no vuelvas más!
Y motivado por mis apremiantes y soeces palabras, el gilipollas de
mi novio se vistió a toda prisa y huyó con el rabo entre las piernas, —nunca
mejor dicho—, dando un sonoro portazo antes de salir de mi casa.
Así que ahí estaba, analizando los pros y los contras de salir con
Claudia. A pesar de que no me veía con ánimos, le di la única respuesta que supe
la satisfaría.
—Está bien, acepto. Pero con una condición.
—Pide por esa boquita que Dios te ha dado —me alentó.
—No pienso beber alcohol, y me dejarás en casa antes de las doce.
—¡A la orden sargento! —exclamó vehementemente sin poder aguantarse
la risa.
Puse los ojos en blanco y bufé exasperada.
—En fin… creo que ha llegado el momento de decirnos adiós.
Mi amiga hizo pucheros y se secó unas inexistentes lágrimas.
—¡Ni se te ocurra hacerme esperar! —me pidió antes de subir en el
primer escalón de las escaleras mecánicas.
—¡Yo nunca llego tarde! —le recordé.
Claudia me guiñó un ojo y me lanzó un beso con la mano.
—¡No olvides ponerte guapa! ¡Ya es hora de que te quites de la
cabeza a esa gilipollas! —gritó antes de que las escaleras mecánicas la
engulleran y la perdiera de vista.
Me mordí el labio y bajé la mirada avergonzada. Me sentí el centro
de atención de varios pares de ojos, lo que me provocó una súbita ola de calor
en el pecho. Tosí disimuladamente y sin perder un segundo más me dirigí hacia
el andén.
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