miércoles, 10 de octubre de 2018

Los primeros dos capítulos del relato corto: Irit y la batalla celestial.

Irit y la batalla celestial.
Nieves Blesa Sánchez.


Sinopsis:

En el pasado se libró una batalla en los cielos entre ángeles y caídos, el enfrentamiento fue tan cruento y salvaje, que tanto ángeles como caídos firmaron un tratado de paz evitando así la extinción de ambos bandos. Poniendo fin de ese modo a la Batalla Celestial.

Cuando Irit contempló por primera vez los ojos de Nians nunca imaginó que quedaría ligada a ellos de por vida. Siempre creyó que era una mujer normal, con sus defectos y virtudes, pero normal al fin y al cabo. Pero cuando descubrió la verdad, un nuevo mundo maravilloso, y a la vez temible, se abrió paso ante ella. Los ángeles existían, y era tan reales como cualquier hombre de carne y hueso. Irit era la hija de un ángel caído, un ángel que fue desterrado por enamorarse de una mortal, ya que su unión se consideraba indigna. Pero ahora que Irit ha unido su destino con el de Nians, nada volverá a ser como antes.

Tendrá que luchar por su vida, deberá evitar una nueva matanza sin precedentes. Irit no puede caer en manos de los caídos, pues es la prueba viva de la traición, es la excusa que estos persiguen para romper el tratado celestial. Y así, Nians arriesgará su propia vida para salvarla y evitar una guerra entre ambos bandos, arriesgará todo lo que representa, sus creencias, y hasta su propia cordura para liberarla. Ambos se tendrán el uno al otro, Irit y Nians descubrirán lo que significa el sacrificio y el amor. Juntos evitarán la batalla celestial.























































Me gustaría dedicar esta historia a todas aquellas personas amantes de la fantasía y el romance.












































1









La manera de caminar de aquel hombre llamó su atención. Le dio la impresión de que más que desplazarse utilizando los pies, levitaba. Su comportamiento tampoco le pasó inadvertido, pues miraba constantemente de un lado a otro como si buscara algo o alguien desesperadamente. Fue sólo un segundo, pero cuando sus miradas se encontraron y contempló sus ojos, un estremecimiento la barrió de arriba abajo.
Eran tan negros y profundos, que no fue capaz de distinguir el iris de la pupila. El corazón le dio un vuelco, y la voz de su conciencia le gritó que se alejara de ese hombre. Percibía su oscuridad, sentía su depravación, aún así, pese a tener la certeza de que estaba cometiendo una estupidez, no pudo controlarse. Sus pies se movieron solos, se contempló a sí misma siguiéndolo a hurtadillas.
De improviso, un destello resplandeciente refulgió en el cielo.
Pestañeó Incrédula, pues no podía creer lo que sus ojos le mostraban. Se los frotó con las manos para cerciorarse de que aquella visión no estaba causada por su mente.
¿Acaso estoy soñando?, se preguntó desconcertada al admirar a aquel desconocido surgido de la nada. En su fuero interno sabía que todo cuanto veía era real.
Lo admiró en silencio. Era tan alto como su oponente, pero ocultaba su rostro bajo una capucha, por lo que no logró discernir ni su edad ni su raza.
Se sorprendió ante el cambio del otro hombre.
Cuando éste advirtió la presencia del encapuchado, y clavó sus oscuros ojos en él, el rostro se le demudó. Entrecerró los ojos y empezó a temblar descontroladamente con los puños fuertemente apretados. Sus facciones se desfiguraron cuando en su rostro se dibujó una mueca de ira. A pesar de que su instinto le alertó del peligro y le instó a salir huyendo, su cuerpo se negó a obedecerla.
Era incapaz de moverse, sentía las piernas pesadas y un sudor frío le recorrió la columna vertebral arrancándole el aire de los pulmones. De sus labios brotó una exhalación al observar cómo el hombre de ojos negros sonreía maliciosamente un segundo antes de desenvainar una espada enorme. La hoja destelló en el preciso momento en el que su oponente retiró la capucha dejando al descubierto un hermoso y joven rostro.
Son tan opuestos como la luz y la oscuridad, pensó.
El color de su pelo era tan claro que parecía blanco, al igual que su tez. Al vislumbrar sus ojos quedó totalmente fascinada. Era la primera vez en su vida que admiraba ojos así. No sólo su color era inusual, un violáceo muy similar al de las flores de la lavanda, sino la posición y forma de su pupila; ya que recordaba más a los ojos de un felino que a los de un simple humano.
Contuvo la respiración al percibir el cambio en él. Todo su cuerpo comenzó a temblar. Debía encontrar un lugar en el que ocultarse.
Un presentimiento le decía que aquellos hombres no eran amigos, y que no estaban dispuestos a conversar apaciblemente para arreglar sus desavenencias. Cercano al lugar en el que se encontraba, vislumbró un establo en el que varios montones de paja se apilaban entre sí creando un sólido muro perfecto para resguardarla. No se lo pensó dos veces, corrió hacia el establo y se ocultó tras éste.
De improviso, el hombre de tez más oscura dirigió la hoja de su espada hacia su oponente, y tras emitir un sonoro rugido, se tiró sobre éste con todas sus fuerzas. Se sorprendió ante la pasividad de la gente ¿Por qué nadie hacia nada? ¿Por qué se mostraban tan indiferentes ante el sorprendente enfrentamiento que estaba teniendo lugar delante de sus ojos?
Y entonces todo cobró sentido. La verdad era simple y surrealista a partes iguales. No podían verlos.
¿Por qué yo sí?
Un rápido movimiento del hombre de ojos negros y pelo oscuro la hizo regresar a la realidad. Aquello no podía estar sucediendo, era imposible. Estaba segura de que sus ojos le estaban mostrando una mentira. Una fantasía perturbadora.
Admiró impresionada un par de alas negras abriéndose paso a través de la tela de su túnica. La mandíbula se le desencajó ante el impacto que le causó contemplar cómo éstas aleteaban como si tuvieran vida propia. El aire se le escapó de los pulmones al entender que no estaba delante de ninguna alucinación. El otro hombre adoptó una postura de defensa, y sin previo aviso, unas brillantes alas blancas nacieron de su espalda.
¿Un ángel?, se preguntó emocionada y en cierto modo aterrada. Perdió la noción del tiempo, y aunque sus piernas se vieron desprovistas de fuerza, y a punto estuvo de caer al suelo debido a la conmoción de contemplar semejante visión, se obligó a mantenerse en pie. Cuando de nuevo alzó la mirada no pudo por menos que sorprenderse.
¿Qué demonios ha pasado?, se pregunto incrédula al ver que el hombre de alas negras yacía en el suelo inmóvil. Un reguero de sangre le caía de la comisura de los labios, y sus ojos eran ahora dos franjas blancas sin vida. Su adversario comenzó a buscar algo con desesperación en los bolsillos de su túnica, pero sin preverlo profirió una maldición, y acto seguido se apartó del hombre caído con la rabia dibujada en su hermoso rostro.
De sus labios se escapó una exhalación de sorpresa cuando contempló cómo el cuerpo sin vida de éste se convertía en ceniza y era arrastrado por el viento. En apenas unos segundos desapareció.
Luchó por no dejarse llevar por el pánico, pero fue incapaz de acallar el grito desgarrador que surgió de su boca al asimilar la verdad. Fue consciente de que había cometido un grave error al alzar la mirada y encontrarse con sus refulgentes ojos. De improviso sus alas se encogieron y desaparecieron como por arte de magia, acto seguido, adoptó una postura desafiante. El miedo le obligó a retroceder con tan mala suerte que trastabilló, lo que la llevó a perder el equilibrio, e inexorablemente cayó al suelo; pero a pesar de que el golpe la dejó sin resuello, no perdió un segundo en erguirse y salir corriendo. Se negaba a dejarse atrapar sin oponer resistencia, no estaba dispuesta a perder la vida sin luchar antes con uñas y dientes.
El camino de regreso a casa se le hizo interminable. Respirar le suponía un suplicio, era como si en cada inspiración decenas de agujas estuvieran perforándole los pulmones. Inhaló una gran bocanada de aire, y pese al dolor, se obligó a tranquilizarse. Necesitaba asegurarse de que aquel extraño ser no la hubiera seguido hasta su casa. Entrecerró los ojos y miró en derredor. Por suerte no había rastro de él por ninguna parte, por lo que se permitió bajar la guardia. Suspiró aliviada y sin ser consciente sonrió al creerse a salvo.
Su casa se erguía al otro lado de un camino de tierra, a escasos metros de donde se encontraba. Echó un último vistazo, y de nuevo empezó a caminar rumbo a su hogar. Estaba a punto de alcanzar su objetivo cuando un destello resplandeciente; surgido de la nada, adoptó la forma de una persona. Se detuvo abruptamente al entender que no tenía escapatoria. No entendía cómo, pero allí estaba. La esperaba con los brazos cruzados sobre el pecho y frunciendo el entrecejo.
Deseó retroceder y escapar, lamentablemente, era demasiado tarde. De un gran salto cayó justo a su lado. Intentó agarrarla del brazo, pero le gritó con todas sus fuerzas que se detuviera, y para su sorpresa él hizo lo que le pidió. Tras escrutarla con suma atención le habló:
                —Debemos irnos.
                —¿Irnos? —inquirió incrédula.
                Él simplemente asintió.
—¿Acaso has perdido la razón? ¡No pienso irme contigo a ninguna parte! ¿Me has entendido? ¡Desconozco tus intenciones... pero no creas ni por un segundo que haré lo que me pides! —le espetó malhumorada.  
                —No tienes otra opción si quieres mantener a salvo a tu familia.
                —¿Qué quieres decir? —la mención de su familia la horrorizó—. ¡Mi familia no tiene nada que ver en este asunto, así que aléjate de ellos!
                —No hay tiempo que perder, debes confiar en mí. Cuando descubran que estás involucrada en la muerte de uno de los suyos vendrán a por ti de inmediato. Intentarán sacarte información. No vacilarán en matar a toda tu familia delante de tus ojos para hacerte hablar.
                —¿Por qué nadie querría hacerme hablar? ¿De qué diablos estás hablando?
                —¿Acaso eres sorda? —le reprendió—. ¡Este no es el momento para dar explicaciones! Si quieres mantenerte a salvo tendrás que venir conmigo.
                —Yo… —durante unos segundos vaciló, estaba muy asustada y no comprendía la magnitud de lo ocurrido, pero la voz de su cabeza estaba convencida de que ese hombre no le estaba mintiendo, le instaba a hacerle caso—. Está bien —aceptó finalmente—, pero déjame escribir una nota de despedida. Así sabrán que estoy bien, por favor… después me iré contigo, te lo prometo.
                —De acuerdo, pero date prisa —fue su fría respuesta.

Apretó contra su pecho el zurrón en el que había metido comida y agua, y tragó saliva. Desconocía el tiempo que tendría que permanecer fuera de su hogar y su familia; pero no estaba dispuesta a morir de hambre. Asintió y tras colocárselo en la espalda, salió de su casa sin perder un segundo. De improviso escuchó un sonoro clic seguido del inconfundible bramido de un motor. Al depositar su atención en él lo encontró sentado sobre la moto de su padre.
La habrá sacado del cobertizo aprovechando que me encontraba dentro de la casa, se dijo a sí misma mientras acortaba la distancia que los separaba.
El motor rugió como un león hambriento; se sintió tentada de acercarse y acariciar la moto de su padre, sin embargo, se quedó paralizada. Fue plenamente consciente de que estaba cometiendo un terrible error, que nada bueno le esperaba si se marchaba con él, pero de la misma manera comprendió que si quería mantener a su familia a salvo no tenía otra opción. Y así, consciente de que ése hombre tenía entre sus manos su destino, inhaló aire, apretó los puños, y armándose de valor, caminó hacia él.
—¿Sabrás conducirla? —quiso saber al mirarlo de hito a hito.
                —Lo intentaré… —respondió lacónico.
                —Pero
—¡Monta de una vez! —exigió—. ¡No tenemos mucho tiempo!
Deseó gritarle y decirle que no tenía ningún derecho a hablarle así, en cambio, asintió en silencio y le obedeció. Subió sobre el asiento de cuero y se acomodó lo mejor que pudo.
—Sujétate fuerte.
Al principio se mostró reacia al contacto físico entre ambos. Aquel hombre le infundía miedo y respeto a partes iguales. La manera en la que la miraba le ponía la carne de gallina. Tenía unos ojos más propios de alguien que ha vivido una larga vida y experimentado cosas horribles, que los de un hombre joven. Tras unos segundos de vacilación, se dijo que debía ser valiente, por lo que sin dejar correr el tiempo, lo aferró fuertemente de la cintura.
Al sentir su cuerpo se produjo una fuerte descarga eléctrica que le quemó la piel. Y sin esperarlo, los recuerdos dolorosos que creía ya olvidados en su memoria revivieron. Recordó dolor, sufrimiento, ira… la guerra entre ángeles y caídos. Estaba rememorando la batalla celestial.
¿Por qué justo ahora?, se preguntó desconcertado al mirarla de soslayo.
La miró sobrecogido al entender que no era una mortal corriente; al comprender que guardaba un oscuro secreto y que no había sido sincera con él. No podía tratarse de una simple coincidencia, ella estaba detrás de aquel extraño e inusual fenómeno.
—¿Cómo lo has hecho? —inquirió con vehemencia.
—¿Qué quieres decir? —preguntó sorprendida por su parte pues no entendía a qué se refería.
—¡Lo sabes muy bien! —rugió iracundo—. Has introducido en mi mente esas imágenes. Era la batalla celestial… ¿cómo lo has hecho?
—¡No entiendo ni una palabra de lo que estás diciendo, yo no he hecho nada! —le espetó.
—Ahora no es el momento; pues el tiempo juega en nuestra contra... —apostilló—, pero cuando estemos en un lugar seguro vas a contarme quién eres realmente, ¿me has entendido?
—No sé a qué te refieres…
—Pues yo creo que sí —aseveró con frialdad antes de accionar el acelerador e introducir la primera marcha.
Tras varias horas viajando en silencio, señaló un lugar apartado. Ante ellos se materializó lo que parecía ser una granja abandonada. Accedieron a ésta por un estrecho camino de gravilla que los condujo hasta las viejas cuadras. Aparcó la moto con brusquedad, acto seguido apagó el motor, y un segundo después desmontó de un salto.
Ni siquiera le dio opción a recobrar el aliento, la agarró del cuello de la camisa y de un fuerte estirón la bajó de la moto. Intentó resistirse, lanzó patadas al aire indiscriminadamente tratando de acertarle en el estómago, pero era demasiado fuerte y ni se inmutó ante su patético intento por zafarse de él.
La llevó casi a rastras todo el camino hasta que llegaron a la puerta de la entrada, la misma que sin contemplaciones tiró abajo de una fuerte patada, y sin un ápice de delicadeza, la empujó dentro de aquella casa lúgubre y tenebrosa. No le dio tiempo a recuperarse de la aparatosa caída, sin remordimientos le exigió que le explicara quién era.
—¡No soy más que la hija mayor de una humilde mujer!
—¡Mientes! —vociferó indignado—.Te exijo que me cuentes la verdad de inmediato —le ordenó antes de agarrarla del brazo y tirarla sobre un viejo sillón raído—. ¡No vuelvas a hacerte la inocente conmigo, mi paciencia tiene un límite! ¡Si no me la cuentas por las buenas, te prometo que lo harás por las malas! —gritó antes de golpear la pared con el puño.
Todo su cuerpo comenzó a temblar al contemplar el agujero en la pared con la marca de su puño.
—¿Vas a golpearme? Es eso a lo que te refieres, ¿cuándo dices que me sacarás la verdad por las malas?
Él clavó su mirada en ella. Sin mediar palabra entrecerró los ojos y apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Se le veía realmente enfadado. Sintió un escozor molesto en los ojos. La barbilla le tembló al refrenar las ganas de llorar. Sabía que más le valía convencerlo de que no le estaba ocultando nada. De lo contrario, su vida estaría en peligro.
—Yo no sé nada... —susurró finalmente.
—¡Mientes! —gritó nuevamente.
No supo porqué lo hizo, pero su negativa a escucharla fue la gota que colmó el vaso.
—¡Y yo te he dicho que no tengo ni idea de lo que estás hablando! —chilló con todas sus fuerzas mientras se abalanzaba sobre él y le golpeaba en el pecho con los puños cerrados.
—¿Qué es esto? —le preguntó atónito al aferrarle la muñeca con la mano y subirle la manga de la camisa, dejando al descubierto un extraña marca de nacimiento.
—¿E… Eso? —balbuceó desconcertada sin entender su repentino interés en la marca de su muñeca—. Es lo único que me queda de mi padre.
—¿A qué te refieres?
—Mi padre tenía la misma marca de nacimiento en el pecho.
—No puede ser… ¿Cómo se llamaba? —inquirió de improviso—. Dime su nombre.
—¿Su nombre? —preguntó incrédula.
—¡Dímelo! —insistió con el mismo tono urgente en la voz.
—Se llamaba Uriel —confesó.
—¿Uriel…? Es imposible... ¡Dime tú nombre! —exigió.
—¿Mi nombre?
—¡Contéstame maldita sea! ¿Cómo te llamas?
—¡Irit! ¡Soy Irit! —gritó descontrolada.
Ahora lo sabía, no podía tratarse de una simple coincidencia. Todo empezaba a cobrar sentido.
—¿Has dicho Irit?
—Si…
—¿Acaso desconoces la verdad que esconde tú nombre? ¡Seguro que tu madre te lo confesó! ¿No es así?
—¡Deja de gritarme! —pidió con lágrimas en los ojos—. ¿Es que no me estás escuchando? ¡No entiendo ni una palabra de lo que estás diciendo! —le espetó—. ¿Qué se supone que debió confesarme mi madre? ¡Habla claro de una maldita vez!
—¡Que eras la hija de un caído! ¡Tu padre fue un ángel! ¡Un ángel que fue desterrado del paraíso y se convirtió en un caído!
—¡Mientes! —chilló antes de propinarle una bofetada en la cara—. ¡Cállate ahora mismo maldito embustero!
—Te estoy diciendo la verdad… —aquella inesperada reacción lo sorprendió. Se tocó la enrojecida mejilla antes de adoptar una postura más relajada y hablar con calma—: hija del que fue, ese es tu verdadero nombre. Tu padre fue un ángel que se transformó en caído, estoy seguro.
—Nada de lo que dices tiene ningún sentido... tienes que estar equivocado.
—No lo estoy, y lamentablemente no disponemos de mucho tiempo… Dios mío, si ellos te descubren será el final de la tregua. Todo empezará de nuevo. Las matanzas, las guerras, los derramamientos de sangre, las violaciones… no puedo dejar que te encuentren, si ellos lo supieran… si conocieran la sangre que corre por tus venas sería el fin.
—¿De qué estás hablando? ¿Quiénes son ellos?
—¡No hay tiempo que perder! —exclamó vehementemente haciendo caso omiso a sus preguntas—. ¡Vendrás conmigo y punto!
De improviso experimentó una punzada de dolor en el hombro que se expandió por su brazo derecho.
—Lo siento mucho. Por favor, perdóname —le susurró al oído con voz entrecortada al introducir más adentro la hoja afilada de la navaja que había cogido de su casa y que hasta ese momento había mantenido oculta—. Pero no dejaré que me lleves a ninguna parte.
Él la miró sorprendido al sentir cómo la sangre comenzaba a manar de la herida. Irit profirió un aullido lastimero justo antes de salir corriendo de la casa sin mirar atrás. Se dirigió hacia la moto como alma que lleva el diablo. Encendió el panel de control y giró la llave de contacto sin pensárselo dos veces. El motor se encendió sin oponer ninguna resistencia. Irit apretó el acelerador, y las ruedas chirriaron al entrar en contacto con la gravilla justo antes de que la moto derrapara y se alejara a toda velocidad de la granja.
He tenido mucha suerte, apenas me ha rozado, pensó mientras tiraba la navaja al suelo y comprobaba cómo la herida cicatrizaba por sí sola.

No podía dejarse atrapar. Debía alejarse todo lo posible de él. ¿Pero dónde iría? Regresar a su hogar no era una opción aconsejable, pues sería el primer lugar en el que la buscaría. ¿Qué debería hacer?, se preguntó asustada al entender que no podría estar huyendo de él eternamente. De repente escuchó un sonido que le hizo estremecer. Era el batir de unas enormes alas en movimiento. Y alzar la cabeza y mirar hacia arriba lo vio.
Apretó el acelerador intentando alejarse de él. El velocímetro alcanzó los ciento veinte kilómetro por hora.
¡Está casi al límite! La moto empezó a vibrar descontroladamente. Lo escuchó pronunciar su nombre. Parecía imposible, pero lo tenía justo encima. Hizo caso omiso a la voz de su cabeza que le pedía que se detuviera. No estaba dispuesta a detenerse. No tengo otra alternativa, se dijo al apretar el acelerador aun siendo consciente de que corría peligro.
La aguja que marcaba las revoluciones tembló insistentemente, y una luz roja parpadeó en el panel de control. Sin preverlo, el manillar empezó a temblar convulsivamente. Intentó estabilizarlo y recuperar el control de la moto, pero era demasiado tarde. Apretó el freno y sucedió lo inevitable.
La moto salió despedida por los aires. Dio varias vueltas de campana antes de impactar fuertemente contra el suelo y quedar reducida a pedazos. Irit se vio impulsada hacia arriba como un muñeco de pruebas. De improviso el mundo quedó a oscuras y se hizo el silencio.
No lo dudó. Se tiro en picado hacia Irit logrando atraparla entre sus brazos justo a tiempo. Suspiró complacido al entender que sólo había perdido el conocimiento. Descendió sin hacer movimientos bruscos. La escrutó de arriba a abajo para cerciorarse de que estaba sana y salva. Gracias al cielo…, susurró al apretarla contra su pecho. Respiró aliviado al comprender que el peligro había pasado.
¿Cómo se te ocurre frenar así? Podías haberte matado…, se dijo al apartarle el cabello de los ojos y admirar su rostro. Tras apresarla entre sus brazos con suma delicadeza, se irguió y fijó su mirada en el cielo. Un segundo más tarde, desplegó sus alas blancas y se alzó hacia éste, y consciente de que Irit necesitaba descansar y que debía mantenerla oculta, emprendió el vuelo de regreso a la granja.

—¡Ayuda! —gritó inconscientemente al despertarse. Lo descubrió mirándola con sorpresa desde el umbral de la puerta—. ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Y la moto de mi padre? —preguntó desorientada, pues tan sólo recordaba fragmentos de lo acontecido.
—Hemos regresado a la granja abandonada. La moto de tu padre está perfectamente, la verdad es que quedó hecha añicos, por lo que tuve que hacer uso de mis poderes… —aclaró al ver la angustia en sus ojos—. Tuviste mucha suerte, si no hubiera llegado a tiempo lo más probable es que ahora mismo estuviera enterrándote… ¿En qué diablos estabas pensando? —preguntó malhumorado, sorprendiéndola.
—En ponerme a salvo.
—Pues nadie lo diría... yo no soy tu enemigo sino ellos, ¿es que no lo entiendes?
—¡Estaba asustada! ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar?
—Cualquier cosa menos tirarme de cabeza a una muerte segura… —apuntó maliciosamente.  
—¿Qué harás si me encuentran? —quiso saber obviando su cruel comentario.
—No te encontrarán, confía en mí.
—¿Por qué estás tan seguro?
—He creado un escudo ilusorio alrededor de la casa.
—¿Un escudo ilusorio? —preguntó sin entender ni una palabra de lo que le decía.
—Es muy sencillo —apostilló—, el escudo crea una falsa ilusión a todo aquel con o sin poderes espirituales que pase por delante de éste lugar. No verán una granja abandonada, sino una gran extensión de tierra árida. No me mires así —le pidió al ver la desconfianza en sus ojos—, es un conjuro que oculta la verdad para mostrar una mentira a todo aquel que no sea digno de nuestra confianza. Créeme, no nos encontrarán.
—Increíble... yo... esto... la verdad es que quiero disculparme por lo que te hice, lo siento mucho, perdí los nervios y me dejé llevar. 
Él simplemente se encogió de hombros.
—¿Te duele mucho? —quiso saber.
—No te preocupes, fue una herida insignificante, apenas sentí dolor.
—¿Insignificante? ¡Te clavé una navaja en la espalda!
—Entiendo… ¿ahora eres tú la indignada?
—Lo siento —contestó avergonzada—. Te pido perdón por lo que te hice. Debes creerme cuando te digo que estoy muy arrepentida...
—Te creo, así que te lo ruego, no vuelvas a disculparte. Y ahora será mejor que descanses.
—Pero yo
—Ya te he dicho que estoy perfectamente, ¿lo ves? —le aseguró al mostrarle el hombro. Irit se quedó perpleja al ver que por increíble que pareciera, no había rastro alguno de la herida que horas antes le había hecho.
—¿Quién eres? No eres un simple mortal, de eso estoy segura. Solo sé que tienes alas y que eres capaz de utilizar magia… ¿Qué eres? ¿Un ángel?
—Ni más ni menos —confirmó.
—¿Cómo te llamas?
—Nians.
—Curioso nombre.
—Le dijo la sartén al cazo.
Irit arrugó la nariz y se contuvo.
—Nians necesito que seas sincero conmigo. Creo que tengo derecho a saber la verdad.
—Y prometo contártela. Pero primero debo llevarte hasta las puertas del silencio.
—¿Las puertas del silencio?
—Es la entrada al cielo desde el mundo terrenal. Supongo que lo mejor será bautizarte y
—¿Bautizarme? —le interrumpió sin remordimientos—. ¿De qué estás hablando? ¡No pienso ir contigo a ninguna parte a no ser que me cuentes ahora mismo qué está pasando aquí! ¿Me has entendido Nians?
—Está bien —aceptó de mala gana—. Intentaré ser breve y conciso.
—Te escucho.
—Tu padre era un ángel caído. Un ángel que fue desterrado del paraíso. Tiempo atrás, varios siglos antes de que tú nacieras hubo una guerra entre los ángeles y los caídos.
—¿Una guerra? ¿La batalla celestial?
—Así es —confirmó con un asentimiento de cabeza—. Todo comenzó cuando un ángel conoció a una mortal y se enamoró. Durante un tiempo vivieron felices y en paz, pero todo cambió cuando tuvieron un hijo y mi señor se enteró de su existencia. Expulsó a su padre del paraíso y después mandó sacrificar a su hijo. Finalmente el niño murió, y su padre juró vengarlo. Creo un ejército. Se alió con otros caídos, demonios, espíritus y brujos, y dio comenzó la batalla celestial. La guerra fue muy dura y sangrienta para ambos bandos, y a punto estuvo de extinguirnos a todos. Por el bien de los ángeles y de los caídos se firmó un acuerdo. Los ángeles no podrían relacionarse con mortales, y los caídos serían perdonados pese a los crímenes cometidos durante la batalla celestial, pero siempre vivirían en el exilio.
—¿Y ese pacto puso fin a la guerra?
—Si... pero ahora todo podría cambiar, si los caídos descubren que existes será el fin de la tregua. Desearán utilizarte.
—¿Por qué? No lo entiendo Nians...
—Tu padre fue expulsado del paraíso porque incumplió el tratado al intimar con una mortal, en este caso tu madre. Tú eres la prueba viva de su traición. Además... el nombre de un ángel dice mucho del poder que guarda en su interior. Uriel no es un nombre muy común entre los ángeles, pues sólo los más poderosos entre los poderosos lo ostentan. Tu padre ocupó un alto rango en la jerarquía del cielo.
—¿Lo conocías?
—No éramos amigos, pero lo respetaba. Sentí mucho su expulsión, aunque jamás se me reveló el motivo. Era un ángel justo, valeroso, y muy poderoso. Al concebirte debió de transferirte la esencia de su poder. Y aunque todavía éste no se ha manifestado, tarde o temprano lo hará. El poder que duerme en tu interior puede ser grandioso pero a la vez temible. Eres una amenaza para los ángeles, por lo que no dudaran en matarte.
—En pocas palabras… si los ángeles me encuentran acabaran conmigo, y si lo hacen los caídos me utilizaran para comenzar una guerra, ¿es eso Nians?
—Así es...
—Y aun sabiéndolo, ¿quieres que vaya contigo al cielo? ¿Acaso quieres que me maten? ¡Será mejor que pienses en otro modo de ayudarme! —le espetó al cruzarse de hombros y fruncir el entrecejo.
—No lo entiendes...
—¡Pues explícamelo!
—Si te bautizamos en el paraíso y adoptas un nombre de ángel, dejarás a atrás tú mortalidad. Renacerás como un ángel y así, la guerra no se llevará a cabo, ¿lo comprendes?
—Pero yo soy Irit. Mi padre murió cuando tenía cinco años, pero siempre estuvo a mi lado y me cuidó. Ángel, caído o mortal, ¿acaso crees que me importa? ¡No me avergüenzo de él, siempre seré su hija y él siempre será mi padre! Solo quiero volver a mi casa. Quiero volver a ver a mi madre y a mi hermana pequeña. Deseo vivir. Nunca revelaré la verdad, mi boca siempre estará sellada. Tienes que creerme Nians, jamás sabrán que existo.
—Irit yo te creo, pero es demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Ya te lo dije. Estuviste implicada en la muerte de un caído. Los humanos no pueden inmiscuirse en asuntos de ángeles... Tu olor quedó grabado en ese lugar. Ellos lo detectaran y sabrán que estuviste allí. Lo seguirán y finalmente te encontrarán. Al principio querrán tu muerte, pero cuando descubran el poder que duerme en un interior te utilizaran para sus propósitos.
—¡Toda la culpa la tiene tu estúpido Dios! —bramó al levantarse de la cama y empujarlo—. ¡Si tu Dios no hubiera matado a ese niño inocente nada de esto habría ocurrido! ¿Qué daño podía hacerle? ¿Acaso no somos todos iguales? ¡Era su padre y entiendo que quisiera acabar con todos vosotros! ¡Ojala lo hubiera hecho! ¡Si alguien se atreviera a quitarle la vida a un hijo mío yo haría exactamente lo mismo que hizo él! ¡Yo también os hubiera intentado exterminar!
—¡Pues hazlo Irit! ¡Mátame! ¡Aquí me tienes, indefenso, ansioso por que lo hagas! —rugió iracundo—. ¿A qué estás esperando? —le alentó sujetándola de las muñecas y atrayéndola hacia él.
Irit lo miró totalmente desconcertada y asustada ¿Qué buscaba comportándose así?
—¡Suéltame me estás haciendo daño!
—¡Mátame! —insistió.
—¡Suéltame! ¡Nians por favor suéltame!
—No puedo…
—¡Te juro que como no me sueltes gritaré con todas mis fuerzas! —amenazó.
—Inténtalo si puedes —le desafió.
Irit sintió tanta rabia que no se contuvo.
Y sin esperarlo, un estruendo ensordecedor nació de su garganta. Era un sonido que perforaba los tímpanos. Como si cientos de niños llorasen al unísono.
Nians se desplomó sobre el suelo retorciéndose de dolor. Irit retrocedió y se tapó la boca con las manos en un gesto automático de sorpresa e incredulidad. Transcurridos unos segundos —que le parecieron interminables—, todo volvió a quedar nuevamente en silencio.
—¿Se pue… puede saber qué ha pas… pasado?
—Eso debería preguntártelo yo.
—No sé cómo lo he hecho… nunca antes me había ocurrido algo así…
—Es la fuerza que duerme en tu interior… Me temo que tú poder no habrá pasado desapercibido.
—¿Y ahora qué va a pasar?
—Ni yo mismo lo sé con certeza, pero estoy seguro de una cosa, a partir de ahora nuestro viaje no será fácil, será una Odisea.




































2











—Come algo —le insistió al ver que arrugaba la nariz tras mirar la comida.
—La verdad es que no tengo hambre.
—¡Tonterías! Lo que hiciste debió agotarte… así que sé buena chica y come un poco.
—¿Nians eres inmortal? —preguntó de improviso.
—Si —afirmó lacónico.
—Cuando era niña escuché historias sobre ángeles. Siempre tan perfectos, tan puros e inocentes… nunca terminé de creer que fuerais como las leyendas os describían, y ahora que te conozco veo que no andaba muy equivocada.
—Gracias por ser tan directa y clara. Sé que no te gusto y entiendo que no confíes en mí.
                —No he dicho que no me gustes, pero sé muy bien que eres cruel y despiadado, igual que ellos.
                —¿Cómo puedes saberlo?
                —Lo percibo perfectamente.
                —¿El qué?
                —La sangre, el terror, la maldad.
                —¿De qué estás hablando?
                —Siento el aura oscura que envuelve tu cuerpo… ¿A cuántos has matado?
                —Depende de a quiénes te refieras... ¿caídos?, ¿mortales como tú?, ¿demonios quizá?
                —¿Realmente importa? ¿Existe alguna diferencia?
                —Mucha; pero lo creas o no, no llevo la cuenta de mis víctimas... No es algo de lo que me sienta orgulloso.
La mirada de reproche que le lanzó Irit le aguijoneó el corazón. No entendía por qué le afectaba tanto lo que pensara de él.
                —¿Por qué me ayudaste?
                —No quería implicar a una inocente, además; eras capaz de verme, necesitaba saber por qué.
                —Ahora ya sabes la verdad. Yo... Yo no entiendo por qué lo hiciste. ¿Por qué no me dejaste? Ahora estaría muerta y todas tus preocupaciones se habrían acabado. Quizá hubiera sido lo más fácil, lo más sencillo.
                —Y lo más probable es que tú madre y hermana también lo estuvieran... ¿Acaso no te importan? ¿Hubieras preferido su muerte?
                —No… pero una vida sin poder verlas es igual de triste y dura, que una vida sabiendo que murieron por mi culpa.
                —¿Me culpas por haber querido salvar a tú familia?
                —¡Te culpo por tu existencia! —sentenció furiosa.
                —Entiendo —contestó con amargura—, pero yo nunca quise involucrarte, nunca he querido hacer partícipe a inocentes en mis luchas, no debiste hacerlo… ¡No debiste involucrarte! ¡No tenías que estar allí!
                —¡Pero estaba! ¡Y ahora nada cambiará lo que pasó! ¡Nada podrá cambiar el pasado!
                —¿Qué quieres de mí, Irit? ¿Quieres que te diga que lo siento? ¡Pues sí, lo siento muchísimo, siento todo lo que estás sufriendo por mi culpa… por haberme conocido! ¿Qué más puedo decirte para hacerte entender que siento todo lo que ha pasado?
                —Nada de lo que digas podrá cambiar lo que sucedió… ya nada importa Nians, pero hay algo que quiero pedirte. Necesito que me prometas que harás todo lo que esté en tus manos para mantener a salvo a mi familia. Tienes que jurármelo ¡No quiero que mueran! A cambio, prometo convertirme en un ángel… lo haré para evitar una guerra entre ángeles y caídos.
                —Las promesas para considerarse como tal, han de sellarse con un pacto de sangre.
                —¿Qué tengo que hacer?
                —Dame tú navaja Irit.
                Nians tomó entre sus manos la navaja de Irit.
—Pon tu mano sobre la mesa con la palma hacia arriba.
Irit hizo lo que le pidió.
La hoja afilada de la navaja cortó la piel de la palma de la mano de Irit, y la sangre que manó de la herida empezó a derramarse sobre la mesa. Nians cogió su mano, la acercó a sus labios, y ajeno a la mirada de sorpresa de Irit, saboreó su sangre espesa y cálida. Lentamente, captando toda su esencia.
Irit desvió la mirada pues temía vomitar de un momento a otro si seguía mirando cómo Nians sorbía su sangre sin ningún pudor. Nians sintió el cambio en Irit. Cuando alzó la mirada y contempló su angustia, se detuvo. Se limpió la comisura de los labios antes de cortar su propia mano y observar en silencio la sangre que brotó del corte.
                —Ahora sólo tenemos que unir nuestras manos y mezclar nuestra sangre. Luego tendrás que repetir en voz alta lo que yo diga. ¿Lo has entendido?
                —Sí.
                —Nuestro destino se entrelaza hoy aquí con este pacto de sangre, de ahora en adelante y por el resto de los días nuestras vidas estarán unidas.
Irit repitió el juramente palabra por palabra; al terminar miró en silencio a Nians desconcertada. Transcurridos unos segundos, en los que el ángel se mantuvo con la mirada perdida, apretó su mano y prosiguió:
—Y así, prometo proteger a tu familia por siempre. Haré lo necesario, lo que esté en mis manos para salvarlos. No dejaré que les hagan daño, lo juro.
                —Gracias Nians.
                —Y ahora será mejor que descanses un poco.
                —Pero…
                —Te prometí que te protegería, además, sufro de insomnio. Mantener la mente ocupada me vendrá bien es estos momentos.  
—Entiendo. Ve con Dios Nians, espero que tu señor te proteja.
                —Lo hará.

Un dulce aroma inundó toda la habitación. Abrió los ojos y admiró a través de la ventana un cielo totalmente despejado. Un ligero crujido la sacó de aquellos pensamientos que se habían instalado de nuevo en su cabeza; aquellos que le hacían preguntarse cuál sería su destino y si todo cuanto conocía dejaría de existir algún día delante de sus propios ojos.
Al mirar hacia la puerta lo encontró contemplándola en silencio desde el pasillo. Tuvo la sensación de que su cuerpo estaba allí, pero su mente se encontraba a millones de kilómetros de distancia.
                —¿Cómo has pasado la noche?
                —No me puedo quejar.
                —He preparado algo para desayunar.
                —Y por como huele tiene que estar buenísimo.
                El comentario de Irit le hizo sonreír.

Irit dejó los cubiertos encima del plato ya vacío. Había comido tanto que temió explotar de un momento a otro.
                —Creo que voy a reventar.
                —¡Pero si apenas has comido! —exclamó conmocionado—, Irit… la verdad es que no sé gran cosa de ti, por lo que éste sería un buen momento para conocernos un poco mejor, ¿no crees?
                —Yo… la verdad es que no me gusta hablar de mí, pues no me siento cómoda compartiendo mi vida con los demás.
                —Entiendo… en ese caso, ¿hay algo que te gustaría preguntarme?
                —Ahora que lo mencionas, sí que hay algo por lo que siento curiosidad.
—Pues tú dirás.
                —La vida en el cielo, ¿cómo es? ¿Los ángeles podéis formar una familia, o estáis obligados a vivir eternamente solos? También siento mucha curiosidad acerca de vuestra inmortalidad... ¿Es un derecho o una imposición? ¿Podéis prescindir de ella y haceros mortales?
Irit sintió la fría mirada de Nians. Aquellas preguntas le habían molestado y ya era tarde para arrepentirse.
—Lo siento mucho, ha sido un desatino por mi parte… Uno de mis defectos es querer saber más de lo que me corresponde y hacer preguntas incómodas a la gente. Me cuesta creer que mi padre fuera un ángel expulsado del paraíso. Nunca he destacado en nada... siempre he sido una niña muy patosa y sin grandes cualidades.
—Irit no tienes que sentirlo. No tengas miedo al querer conocer todo cuanto te rodea, todas las cosas que das por sentadas, y las que desconoces y son nuevas para ti. Puede que tú no lo veas, sé que no crees en ti, no confías en que puedas hacer grandes cosas, pero yo estoy convencido de que sí puedes. Sé que eres realmente fuerte y poderosa.
—Nians...
—Los ángeles estamos condenados a la inmortalidad, pues sólo hay un modo de vivir como un mortal, y es renunciando a nuestros poderes. El ángel que quiera dejar atrás su inmortalidad será despojado de sus alas y expulsado del paraíso. Vivirá como un mortal hasta el fin de sus días, pues nunca podrá regresar al paraíso. Nunca.
—Es una vida un tanto triste.
—Supongo que lo es.
—Nians, ¿tienes a alguien especial esperándote en el paraíso? ¿Alguien que se preocupe por ti y te quiera?
—Nadie.
—¿Alguna vez lo tuviste?
—Si, pero han pasado muchos años desde entonces, y el transcurso del tiempo nos hace olvidar incluso los momentos más importantes y felices de nuestra existencia.
—Lo siento.
—No tienes por qué sentirlo, no fue culpa tuya.
—Ese no es motivo para no sentirlo.
Nians la miró fijamente a los ojos.
¿Por qué aquella mortal le transmitía tanta paz? ¿Por qué sus palabras le llegaban hasta lo más profundo del corazón? Había un cierto parecido en ella... el verde de sus ojos lo tenía cautivado.
—Tienes sus mismos ojos —confesó de improviso—. Supongo que es la sangre que corre por tus venas, después de todo, tu padre fue un ángel.
—Pero mi padre se convirtió en caído...
—No lo digas como si fuera algo repugnante. Los caídos fueron ángeles al igual que yo y pagaron un precio muy alto por sus errores, no todos se merecían aquel castigo horrible. No lo olvides nunca Irit, tú padre amo a tú madre con todo su corazón, y tú eres la prueba de ese amor incondicional. Su sangre corre por tus venas… deberías sentirte muy orgullosa de él.
Su cuerpo se movió por sí solo. Irit se abalanzó sobre Nians y lo rodeó con sus brazos. Lo abrazó con tanta fuerza que temió hacerle daño. Irit lo miró fijamente a los ojos y le sonrió con suma ternura. Las palabras de Nians la habían conmovido en el alma, por lo que fue incapaz de retener las lágrimas.
—Muchas gracias. Nunca lo olvidaré... —confesó antes de darle un beso en la mejilla. Y tras decir esto, Irit se apartó de él, se dio la vuelta y salió de la cocina rumbo a la habitación.

—¿Estás preparada?
—Ya sabes que no...
—La ciudad perdida es un lugar frecuentado por toda clase de especímenes indeseables. Es una ciudad que atrae a demonios, brujos y caídos entre otros, debemos andarnos con mil ojos. No podemos levantar sospechas.
—¿Por qué debemos ir allí?
—En la ciudad vive una persona que posee un objeto que me pertenece. Lo necesito si deseo llevarte al paraíso sana y salva. Confía en mí Irit, todo saldrá bien. Te protegeré. No dejaré que te ocurra nada malo.

Y así, Irit y Nians emprendieron juntos el camino que los llevaría hasta las puertas del mismísimo paraíso.

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