Irit
y la batalla celestial.
Nieves
Blesa Sánchez.
Sinopsis:
En el pasado
se libró una batalla en los cielos entre ángeles y caídos, el enfrentamiento
fue tan cruento y salvaje, que tanto ángeles como caídos firmaron un tratado de
paz evitando así la extinción de ambos bandos. Poniendo fin de ese modo a la
Batalla Celestial.
Cuando Irit
contempló por primera vez los ojos de Nians nunca imaginó que quedaría ligada a
ellos de por vida. Siempre creyó que era una mujer normal, con sus defectos y
virtudes, pero normal al fin y al cabo. Pero cuando descubrió la verdad, un
nuevo mundo maravilloso, y a la vez temible, se abrió paso ante ella. Los
ángeles existían, y era tan reales como cualquier hombre de carne y hueso. Irit
era la hija de un ángel caído, un ángel que fue desterrado por enamorarse de
una mortal, ya que su unión se consideraba indigna. Pero ahora que Irit ha
unido su destino con el de Nians, nada volverá a ser como antes.
Tendrá que
luchar por su vida, deberá evitar una nueva matanza sin precedentes. Irit no
puede caer en manos de los caídos, pues es la prueba viva de la traición, es la
excusa que estos persiguen para romper el tratado celestial. Y así, Nians
arriesgará su propia vida para salvarla y evitar una guerra entre ambos bandos,
arriesgará todo lo que representa, sus creencias, y hasta su propia cordura
para liberarla. Ambos se tendrán el uno al otro, Irit y Nians descubrirán lo
que significa el sacrificio y el amor. Juntos evitarán la batalla celestial.
Me gustaría dedicar esta historia a todas
aquellas personas amantes de la fantasía y el romance.
1
La manera de
caminar de aquel hombre llamó su atención. Le dio la impresión de que más que desplazarse
utilizando los pies, levitaba. Su comportamiento tampoco le pasó inadvertido,
pues miraba constantemente de un lado a otro como si buscara algo o alguien desesperadamente.
Fue sólo un segundo, pero cuando sus miradas se encontraron y contempló sus
ojos, un estremecimiento la barrió de arriba abajo.
Eran tan
negros y profundos, que no fue capaz de distinguir el iris de la pupila. El
corazón le dio un vuelco, y la voz de su conciencia le gritó que se alejara de
ese hombre. Percibía su oscuridad, sentía su depravación, aún así, pese a tener
la certeza de que estaba cometiendo una estupidez, no pudo controlarse. Sus pies
se movieron solos, se contempló a sí misma siguiéndolo a hurtadillas.
De
improviso, un destello resplandeciente refulgió en el cielo.
Pestañeó
Incrédula, pues no podía creer lo que sus ojos le mostraban. Se los frotó con
las manos para cerciorarse de que aquella visión no estaba causada por su
mente.
¿Acaso estoy soñando?, se
preguntó desconcertada al admirar a aquel desconocido surgido de la nada. En su
fuero interno sabía que todo cuanto veía era real.
Lo admiró en
silencio. Era tan alto como su oponente, pero ocultaba su rostro bajo una
capucha, por lo que no logró discernir ni su edad ni su raza.
Se
sorprendió ante el cambio del otro hombre.
Cuando éste
advirtió la presencia del encapuchado, y clavó sus oscuros ojos en él, el
rostro se le demudó. Entrecerró los ojos y empezó a temblar descontroladamente
con los puños fuertemente apretados. Sus facciones se desfiguraron cuando en su
rostro se dibujó una mueca de ira. A pesar de que su instinto le alertó del
peligro y le instó a salir huyendo, su cuerpo se negó a obedecerla.
Era incapaz
de moverse, sentía las piernas pesadas y un sudor frío le recorrió la columna
vertebral arrancándole el aire de los pulmones. De sus labios brotó una
exhalación al observar cómo el hombre de ojos negros sonreía maliciosamente un
segundo antes de desenvainar una espada enorme. La hoja destelló en el preciso
momento en el que su oponente retiró la capucha dejando al descubierto un hermoso
y joven rostro.
Son tan opuestos como la luz y la
oscuridad, pensó.
El color de
su pelo era tan claro que parecía blanco, al igual que su tez. Al vislumbrar
sus ojos quedó totalmente fascinada. Era la
primera vez en su vida que admiraba ojos así. No sólo su color era inusual, un
violáceo muy similar al de las flores de la lavanda, sino la posición y forma
de su pupila; ya que recordaba más a los ojos de un felino que a los de un
simple humano.
Contuvo la
respiración al percibir el cambio en él. Todo su cuerpo comenzó a temblar.
Debía encontrar un lugar en el que ocultarse.
Un
presentimiento le decía que aquellos hombres no eran amigos, y que no estaban
dispuestos a conversar apaciblemente para arreglar sus desavenencias. Cercano
al lugar en el que se encontraba, vislumbró un establo en el que varios
montones de paja se apilaban entre sí creando un sólido muro perfecto para
resguardarla. No se lo pensó dos veces, corrió hacia el establo y se ocultó tras
éste.
De improviso,
el hombre de tez más oscura dirigió la hoja de su espada hacia su oponente, y
tras emitir un sonoro rugido, se tiró sobre éste con todas sus fuerzas. Se sorprendió
ante la pasividad de la gente ¿Por qué nadie hacia nada? ¿Por qué se mostraban
tan indiferentes ante el sorprendente enfrentamiento que estaba teniendo lugar
delante de sus ojos?
Y entonces
todo cobró sentido. La verdad era simple y surrealista a partes iguales. No podían
verlos.
¿Por qué yo sí?
Un rápido
movimiento del hombre de ojos negros y pelo oscuro la hizo regresar a la
realidad. Aquello no podía estar sucediendo, era imposible. Estaba segura de
que sus ojos le estaban mostrando una mentira. Una fantasía perturbadora.
Admiró
impresionada un par de alas negras abriéndose paso a través de la tela de su
túnica. La mandíbula se le desencajó ante el impacto que le causó contemplar cómo
éstas aleteaban como si tuvieran vida propia. El aire se le escapó de los
pulmones al entender que no estaba delante de ninguna alucinación. El otro
hombre adoptó una postura de defensa, y sin previo aviso, unas brillantes alas
blancas nacieron de su espalda.
¿Un ángel?, se preguntó
emocionada y en cierto modo aterrada. Perdió
la noción del tiempo, y aunque sus piernas se vieron desprovistas de fuerza, y
a punto estuvo de caer al suelo debido a la conmoción de contemplar semejante
visión, se obligó a mantenerse en pie. Cuando de nuevo alzó la mirada no pudo
por menos que sorprenderse.
¿Qué demonios ha pasado?, se pregunto
incrédula al ver que el hombre de alas negras yacía en el suelo inmóvil. Un
reguero de sangre le caía de la comisura de los labios, y sus ojos eran ahora
dos franjas blancas sin vida. Su adversario comenzó a buscar algo con
desesperación en los bolsillos de su túnica, pero sin preverlo profirió una
maldición, y acto seguido se apartó del hombre caído con la rabia dibujada en
su hermoso rostro.
De sus
labios se escapó una exhalación de sorpresa cuando contempló cómo el cuerpo sin
vida de éste se convertía en ceniza y era arrastrado por el viento. En apenas
unos segundos desapareció.
Luchó por no
dejarse llevar por el pánico, pero fue incapaz de acallar el grito desgarrador
que surgió de su boca al asimilar la verdad. Fue consciente de que había
cometido un grave error al alzar la mirada y encontrarse con sus refulgentes
ojos. De improviso sus alas se encogieron y desaparecieron como por arte de
magia, acto seguido, adoptó una postura desafiante. El miedo le obligó a
retroceder con tan mala suerte que trastabilló, lo que la llevó a perder el
equilibrio, e inexorablemente cayó al suelo; pero a pesar de que el golpe la
dejó sin resuello, no perdió un segundo en erguirse y salir corriendo. Se
negaba a dejarse atrapar sin oponer resistencia, no estaba dispuesta a perder
la vida sin luchar antes con uñas y dientes.
El camino de
regreso a casa se le hizo interminable. Respirar le suponía un suplicio, era
como si en cada inspiración decenas de agujas estuvieran perforándole los
pulmones. Inhaló una gran bocanada de aire, y pese al dolor, se obligó a
tranquilizarse. Necesitaba asegurarse de que aquel extraño ser no la hubiera
seguido hasta su casa. Entrecerró los ojos y miró en derredor. Por suerte no
había rastro de él por ninguna parte, por lo que se permitió bajar la guardia. Suspiró
aliviada y sin ser consciente sonrió al creerse a salvo.
Su casa se
erguía al otro lado de un camino de tierra, a escasos metros de donde se
encontraba. Echó un último vistazo, y de nuevo empezó a caminar rumbo a su hogar.
Estaba a punto de alcanzar su objetivo cuando un destello resplandeciente;
surgido de la nada, adoptó la forma de una persona. Se detuvo abruptamente al
entender que no tenía escapatoria. No entendía cómo, pero allí estaba. La
esperaba con los brazos cruzados sobre el pecho y frunciendo el entrecejo.
Deseó retroceder
y escapar, lamentablemente, era demasiado tarde. De un gran salto cayó justo a
su lado. Intentó agarrarla del brazo, pero le gritó con todas sus fuerzas que
se detuviera, y para su sorpresa él hizo lo que le pidió. Tras escrutarla con
suma atención le habló:
—Debemos irnos.
—¿Irnos? —inquirió incrédula.
Él simplemente asintió.
—¿Acaso has
perdido la razón? ¡No pienso irme contigo a ninguna parte! ¿Me has entendido? ¡Desconozco
tus intenciones... pero no creas ni por un segundo que haré lo que me pides!
—le espetó malhumorada.
—No tienes otra opción si quieres
mantener a salvo a tu familia.
—¿Qué quieres decir? —la mención
de su familia la horrorizó—. ¡Mi familia no tiene nada que ver en este asunto,
así que aléjate de ellos!
—No hay tiempo que perder, debes
confiar en mí. Cuando descubran que estás involucrada en la muerte de uno de
los suyos vendrán a por ti de inmediato. Intentarán sacarte información. No
vacilarán en matar a toda tu familia delante de tus ojos para hacerte hablar.
—¿Por qué nadie querría hacerme
hablar? ¿De qué diablos estás hablando?
—¿Acaso eres sorda? —le
reprendió—. ¡Este no es el momento para dar explicaciones! Si quieres
mantenerte a salvo tendrás que venir conmigo.
—Yo… —durante unos segundos
vaciló, estaba muy asustada y no comprendía la magnitud de lo ocurrido, pero la
voz de su cabeza estaba convencida de que ese hombre no le estaba mintiendo, le
instaba a hacerle caso—. Está bien —aceptó finalmente—, pero déjame escribir
una nota de despedida. Así sabrán que estoy bien, por favor… después me iré
contigo, te lo prometo.
—De acuerdo, pero date prisa
—fue su fría respuesta.
Apretó contra
su pecho el zurrón en el que había metido comida y agua, y tragó saliva.
Desconocía el tiempo que tendría que permanecer fuera de su hogar y su familia;
pero no estaba dispuesta a morir de hambre. Asintió y tras colocárselo en la
espalda, salió de su casa sin perder un segundo. De improviso escuchó un sonoro
clic seguido del inconfundible bramido de un motor. Al depositar su atención en
él lo encontró sentado sobre la moto de su padre.
La habrá sacado del cobertizo
aprovechando que me encontraba dentro de la casa, se dijo a sí
misma mientras acortaba la distancia que los separaba.
El motor
rugió como un león hambriento; se sintió tentada de acercarse y acariciar la
moto de su padre, sin embargo, se quedó paralizada. Fue plenamente consciente
de que estaba cometiendo un terrible error, que nada bueno le esperaba si se
marchaba con él, pero de la misma manera comprendió que si quería mantener a su
familia a salvo no tenía otra opción. Y así, consciente de que ése hombre tenía
entre sus manos su destino, inhaló aire, apretó los puños, y armándose de
valor, caminó hacia él.
—¿Sabrás
conducirla? —quiso saber al mirarlo de hito a hito.
—Lo intentaré… —respondió
lacónico.
—Pero
—¡Monta de
una vez! —exigió—. ¡No tenemos mucho tiempo!
Deseó gritarle
y decirle que no tenía ningún derecho a hablarle así, en cambio, asintió en
silencio y le obedeció. Subió sobre el asiento de cuero y se acomodó lo mejor
que pudo.
—Sujétate fuerte.
Al principio
se mostró reacia al contacto físico entre ambos. Aquel hombre le infundía miedo
y respeto a partes iguales. La manera en la que la miraba le ponía la carne de
gallina. Tenía unos ojos más propios de alguien que ha vivido una larga vida y
experimentado cosas horribles, que los de un hombre joven. Tras unos segundos de
vacilación, se dijo que debía ser valiente, por lo que sin dejar correr el
tiempo, lo aferró fuertemente de la cintura.
Al sentir su
cuerpo se produjo una fuerte descarga eléctrica que le quemó la piel. Y sin
esperarlo, los recuerdos dolorosos que creía ya olvidados en su memoria revivieron.
Recordó dolor, sufrimiento, ira… la guerra entre ángeles y caídos. Estaba
rememorando la batalla celestial.
¿Por qué justo ahora?, se preguntó
desconcertado al mirarla de soslayo.
La miró
sobrecogido al entender que no era una mortal corriente; al comprender que guardaba
un oscuro secreto y que no había sido sincera con él. No podía tratarse de una
simple coincidencia, ella estaba detrás de aquel extraño e inusual fenómeno.
—¿Cómo lo
has hecho? —inquirió con vehemencia.
—¿Qué
quieres decir? —preguntó sorprendida por su parte pues no entendía a qué se
refería.
—¡Lo sabes
muy bien! —rugió iracundo—. Has introducido en mi mente esas imágenes. Era la
batalla celestial… ¿cómo lo has hecho?
—¡No
entiendo ni una palabra de lo que estás diciendo, yo no he hecho nada! —le
espetó.
—Ahora no es
el momento; pues el tiempo juega en nuestra contra... —apostilló—, pero cuando
estemos en un lugar seguro vas a contarme quién eres realmente, ¿me has
entendido?
—No sé a qué
te refieres…
—Pues yo
creo que sí —aseveró con frialdad antes de accionar el acelerador e introducir
la primera marcha.
Tras varias
horas viajando en silencio, señaló un lugar apartado. Ante ellos se materializó
lo que parecía ser una granja abandonada. Accedieron a ésta por un estrecho
camino de gravilla que los condujo hasta las viejas cuadras. Aparcó la moto con
brusquedad, acto seguido apagó el motor, y un segundo después desmontó de un
salto.
Ni siquiera
le dio opción a recobrar el aliento, la agarró del cuello de la camisa y de un
fuerte estirón la bajó de la moto. Intentó resistirse, lanzó patadas al aire
indiscriminadamente tratando de acertarle en el estómago, pero era demasiado
fuerte y ni se inmutó ante su patético intento por zafarse de él.
La llevó
casi a rastras todo el camino hasta que llegaron a la puerta de la entrada, la
misma que sin contemplaciones tiró abajo de una fuerte patada, y sin un ápice
de delicadeza, la empujó dentro de aquella casa lúgubre y tenebrosa. No le dio
tiempo a recuperarse de la aparatosa caída, sin remordimientos le exigió que le
explicara quién era.
—¡No soy más
que la hija mayor de una humilde mujer!
—¡Mientes!
—vociferó indignado—.Te exijo que me cuentes la verdad de inmediato —le ordenó
antes de agarrarla del brazo y tirarla sobre un viejo sillón raído—. ¡No
vuelvas a hacerte la inocente conmigo, mi paciencia tiene un límite! ¡Si no me la
cuentas por las buenas, te prometo que lo harás por las malas! —gritó antes de
golpear la pared con el puño.
Todo su
cuerpo comenzó a temblar al contemplar el agujero en la pared con la marca de
su puño.
—¿Vas a
golpearme? Es eso a lo que te refieres, ¿cuándo dices que me sacarás la verdad
por las malas?
Él clavó su
mirada en ella. Sin mediar palabra entrecerró los ojos y apretó los puños hasta
que los nudillos se le pusieron blancos. Se le veía realmente enfadado. Sintió
un escozor molesto en los ojos. La barbilla le tembló al refrenar las ganas de
llorar. Sabía que más le valía convencerlo de que no le estaba ocultando nada.
De lo contrario, su vida estaría en peligro.
—Yo no sé
nada... —susurró finalmente.
—¡Mientes! —gritó
nuevamente.
No supo porqué
lo hizo, pero su negativa a escucharla fue la gota que colmó el vaso.
—¡Y yo te he
dicho que no tengo ni idea de lo que estás hablando! —chilló con todas sus fuerzas
mientras se abalanzaba sobre él y le golpeaba en el pecho con los puños cerrados.
—¿Qué es
esto? —le preguntó atónito al aferrarle la muñeca con la mano y subirle la
manga de la camisa, dejando al descubierto un extraña marca de nacimiento.
—¿E… Eso?
—balbuceó desconcertada sin entender su repentino interés en la marca de su muñeca—.
Es lo único que me queda de mi padre.
—¿A qué te
refieres?
—Mi padre
tenía la misma marca de nacimiento en el pecho.
—No puede
ser… ¿Cómo se llamaba? —inquirió de improviso—. Dime su nombre.
—¿Su nombre?
—preguntó incrédula.
—¡Dímelo!
—insistió con el mismo tono urgente en la voz.
—Se llamaba
Uriel —confesó.
—¿Uriel…? Es
imposible... ¡Dime tú nombre! —exigió.
—¿Mi nombre?
—¡Contéstame
maldita sea! ¿Cómo te llamas?
—¡Irit! ¡Soy
Irit! —gritó descontrolada.
Ahora lo
sabía, no podía tratarse de una simple coincidencia. Todo empezaba a cobrar
sentido.
—¿Has dicho
Irit?
—Si…
—¿Acaso
desconoces la verdad que esconde tú nombre? ¡Seguro que tu madre te lo confesó!
¿No es así?
—¡Deja de
gritarme! —pidió con lágrimas en los ojos—. ¿Es que no me estás escuchando? ¡No
entiendo ni una palabra de lo que estás diciendo! —le espetó—. ¿Qué se supone
que debió confesarme mi madre? ¡Habla claro de una maldita vez!
—¡Que eras
la hija de un caído! ¡Tu padre fue un ángel! ¡Un ángel que fue desterrado del paraíso
y se convirtió en un caído!
—¡Mientes!
—chilló antes de propinarle una bofetada en la cara—. ¡Cállate ahora mismo
maldito embustero!
—Te estoy
diciendo la verdad… —aquella inesperada reacción lo sorprendió. Se tocó la
enrojecida mejilla antes de adoptar una postura más relajada y hablar con
calma—: hija del que fue, ese es tu
verdadero nombre. Tu padre fue un ángel que se transformó en caído, estoy
seguro.
—Nada de lo
que dices tiene ningún sentido... tienes que estar equivocado.
—No lo
estoy, y lamentablemente no disponemos de mucho tiempo… Dios mío, si ellos te
descubren será el final de la tregua. Todo empezará de nuevo. Las matanzas, las
guerras, los derramamientos de sangre, las violaciones… no puedo dejar que te
encuentren, si ellos lo supieran… si conocieran la sangre que corre por tus
venas sería el fin.
—¿De qué
estás hablando? ¿Quiénes son ellos?
—¡No hay
tiempo que perder! —exclamó vehementemente haciendo caso omiso a sus
preguntas—. ¡Vendrás conmigo y punto!
De improviso
experimentó una punzada de dolor en el hombro que se expandió por su brazo
derecho.
—Lo siento
mucho. Por favor, perdóname —le susurró al oído con voz entrecortada al
introducir más adentro la hoja afilada de la navaja que había cogido de su casa
y que hasta ese momento había mantenido oculta—. Pero no dejaré que me lleves a
ninguna parte.
Él la miró
sorprendido al sentir cómo la sangre comenzaba a manar de la herida. Irit
profirió un aullido lastimero justo antes de salir corriendo de la casa sin
mirar atrás. Se dirigió hacia la moto como alma que lleva el diablo. Encendió
el panel de control y giró la llave de contacto sin pensárselo dos veces. El
motor se encendió sin oponer ninguna resistencia. Irit apretó el acelerador, y
las ruedas chirriaron al entrar en contacto con la gravilla justo antes de que
la moto derrapara y se alejara a toda velocidad de la granja.
He tenido mucha suerte, apenas me
ha rozado, pensó mientras tiraba la navaja al suelo y comprobaba cómo la
herida cicatrizaba por sí sola.
No podía
dejarse atrapar. Debía alejarse todo lo posible de él. ¿Pero dónde iría?
Regresar a su hogar no era una opción aconsejable, pues sería el primer lugar
en el que la buscaría. ¿Qué debería
hacer?, se preguntó asustada al entender que no podría estar huyendo de él eternamente.
De repente escuchó un sonido que le hizo estremecer. Era el batir de unas
enormes alas en movimiento. Y alzar la cabeza y mirar hacia arriba lo vio.
Apretó el
acelerador intentando alejarse de él. El velocímetro alcanzó los ciento veinte
kilómetro por hora.
¡Está casi al límite! La moto
empezó a vibrar descontroladamente. Lo escuchó pronunciar su nombre. Parecía
imposible, pero lo tenía justo encima. Hizo caso omiso a la voz de su cabeza
que le pedía que se detuviera. No estaba dispuesta a detenerse. No tengo otra alternativa, se dijo al
apretar el acelerador aun siendo consciente de que corría peligro.
La aguja que
marcaba las revoluciones tembló insistentemente, y una luz roja parpadeó en el
panel de control. Sin preverlo, el manillar empezó a temblar convulsivamente.
Intentó estabilizarlo y recuperar el control de la moto, pero era demasiado
tarde. Apretó el freno y sucedió lo inevitable.
La moto
salió despedida por los aires. Dio varias vueltas de campana antes de impactar
fuertemente contra el suelo y quedar reducida a pedazos. Irit se vio impulsada
hacia arriba como un muñeco de pruebas. De improviso el mundo quedó a oscuras y
se hizo el silencio.
No lo dudó. Se
tiro en picado hacia Irit logrando atraparla entre sus brazos justo a tiempo. Suspiró
complacido al entender que sólo había perdido el conocimiento. Descendió sin
hacer movimientos bruscos. La escrutó de arriba a abajo para cerciorarse de que
estaba sana y salva. Gracias al cielo…, susurró al apretarla contra su pecho. Respiró
aliviado al comprender que el peligro había pasado.
¿Cómo se te ocurre frenar así?
Podías haberte matado…, se dijo al apartarle el cabello de los ojos
y admirar su rostro. Tras apresarla entre sus brazos con suma delicadeza, se
irguió y fijó su mirada en el cielo. Un segundo más tarde, desplegó sus alas
blancas y se alzó hacia éste, y consciente de que Irit necesitaba descansar y
que debía mantenerla oculta, emprendió el vuelo de regreso a la granja.
—¡Ayuda! —gritó
inconscientemente al despertarse. Lo descubrió mirándola con sorpresa desde el
umbral de la puerta—. ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Y la moto de mi padre? —preguntó
desorientada, pues tan sólo recordaba fragmentos de lo acontecido.
—Hemos
regresado a la granja abandonada. La moto de tu padre está perfectamente, la
verdad es que quedó hecha añicos, por lo que tuve que hacer uso de mis poderes…
—aclaró al ver la angustia en sus ojos—. Tuviste mucha suerte, si no hubiera llegado
a tiempo lo más probable es que ahora mismo estuviera enterrándote… ¿En qué diablos
estabas pensando? —preguntó malhumorado, sorprendiéndola.
—En ponerme
a salvo.
—Pues nadie
lo diría... yo no soy tu enemigo sino ellos, ¿es que no lo entiendes?
—¡Estaba
asustada! ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar?
—Cualquier
cosa menos tirarme de cabeza a una muerte segura… —apuntó maliciosamente.
—¿Qué harás
si me encuentran? —quiso saber obviando su cruel comentario.
—No te
encontrarán, confía en mí.
—¿Por qué
estás tan seguro?
—He creado
un escudo ilusorio alrededor de la casa.
—¿Un escudo
ilusorio? —preguntó sin entender ni una palabra de lo que le decía.
—Es muy
sencillo —apostilló—, el escudo crea una falsa ilusión a todo aquel con o sin
poderes espirituales que pase por delante de éste lugar. No verán una granja
abandonada, sino una gran extensión de tierra árida. No me mires así —le pidió
al ver la desconfianza en sus ojos—, es un conjuro que oculta la verdad para
mostrar una mentira a todo aquel que no sea digno de nuestra confianza. Créeme,
no nos encontrarán.
—Increíble...
yo... esto... la verdad es que quiero disculparme por lo que te hice, lo siento
mucho, perdí los nervios y me dejé llevar.
Él
simplemente se encogió de hombros.
—¿Te duele
mucho? —quiso saber.
—No te
preocupes, fue una herida insignificante, apenas sentí dolor.
—¿Insignificante?
¡Te clavé una navaja en la espalda!
—Entiendo…
¿ahora eres tú la indignada?
—Lo siento —contestó
avergonzada—. Te pido perdón por lo que te hice. Debes creerme cuando te digo
que estoy muy arrepentida...
—Te creo,
así que te lo ruego, no vuelvas a disculparte. Y ahora será mejor que descanses.
—Pero yo
—Ya te he
dicho que estoy perfectamente, ¿lo ves? —le aseguró al mostrarle el hombro. Irit
se quedó perpleja al ver que por increíble que pareciera, no había rastro
alguno de la herida que horas antes le había hecho.
—¿Quién
eres? No eres un simple mortal, de eso estoy segura. Solo sé que tienes alas y
que eres capaz de utilizar magia… ¿Qué eres? ¿Un ángel?
—Ni más ni
menos —confirmó.
—¿Cómo te
llamas?
—Nians.
—Curioso
nombre.
—Le dijo la
sartén al cazo.
Irit arrugó
la nariz y se contuvo.
—Nians necesito
que seas sincero conmigo. Creo que tengo derecho a saber la verdad.
—Y prometo contártela.
Pero primero debo llevarte hasta las puertas del silencio.
—¿Las
puertas del silencio?
—Es la
entrada al cielo desde el mundo terrenal. Supongo que lo mejor será bautizarte y
—¿Bautizarme?
—le interrumpió sin remordimientos—. ¿De qué estás hablando? ¡No pienso ir
contigo a ninguna parte a no ser que me cuentes ahora mismo qué está pasando
aquí! ¿Me has entendido Nians?
—Está bien
—aceptó de mala gana—. Intentaré ser breve y conciso.
—Te escucho.
—Tu padre
era un ángel caído. Un ángel que fue desterrado del paraíso. Tiempo atrás,
varios siglos antes de que tú nacieras hubo una guerra entre los ángeles y los caídos.
—¿Una
guerra? ¿La batalla celestial?
—Así es
—confirmó con un asentimiento de cabeza—. Todo comenzó cuando un ángel conoció
a una mortal y se enamoró. Durante un tiempo vivieron felices y en paz, pero
todo cambió cuando tuvieron un hijo y mi señor se enteró de su existencia.
Expulsó a su padre del paraíso y después mandó sacrificar a su hijo. Finalmente
el niño murió, y su padre juró vengarlo. Creo un ejército. Se alió con otros caídos,
demonios, espíritus y brujos, y dio comenzó la batalla celestial. La guerra fue
muy dura y sangrienta para ambos bandos, y a punto estuvo de extinguirnos a
todos. Por el bien de los ángeles y de los caídos se firmó un acuerdo. Los ángeles
no podrían relacionarse con mortales, y los caídos serían perdonados pese a los
crímenes cometidos durante la batalla celestial, pero siempre vivirían en el
exilio.
—¿Y ese
pacto puso fin a la guerra?
—Si... pero
ahora todo podría cambiar, si los caídos descubren que existes será el fin de
la tregua. Desearán utilizarte.
—¿Por qué?
No lo entiendo Nians...
—Tu padre
fue expulsado del paraíso porque incumplió el tratado al intimar con una
mortal, en este caso tu madre. Tú eres la prueba viva de su traición. Además...
el nombre de un ángel dice mucho del poder que guarda en su interior. Uriel no
es un nombre muy común entre los ángeles, pues sólo los más poderosos entre los
poderosos lo ostentan. Tu padre ocupó un alto rango en la jerarquía del cielo.
—¿Lo
conocías?
—No éramos
amigos, pero lo respetaba. Sentí mucho su expulsión, aunque jamás se me reveló
el motivo. Era un ángel justo, valeroso, y muy poderoso. Al concebirte debió de
transferirte la esencia de su poder. Y aunque todavía éste no se ha manifestado,
tarde o temprano lo hará. El poder que duerme en tu interior puede ser grandioso
pero a la vez temible. Eres una amenaza para los ángeles, por lo que no dudaran
en matarte.
—En pocas
palabras… si los ángeles me encuentran acabaran conmigo, y si lo hacen los
caídos me utilizaran para comenzar una guerra, ¿es eso Nians?
—Así es...
—Y aun
sabiéndolo, ¿quieres que vaya contigo al cielo? ¿Acaso quieres que me maten? ¡Será
mejor que pienses en otro modo de ayudarme! —le espetó al cruzarse de hombros y
fruncir el entrecejo.
—No lo
entiendes...
—¡Pues explícamelo!
—Si te bautizamos
en el paraíso y adoptas un nombre de ángel, dejarás a atrás tú mortalidad. Renacerás
como un ángel y así, la guerra no se llevará a cabo, ¿lo comprendes?
—Pero yo soy
Irit. Mi padre murió cuando tenía cinco años, pero siempre estuvo a mi lado y
me cuidó. Ángel, caído o mortal, ¿acaso crees que me importa? ¡No me avergüenzo
de él, siempre seré su hija y él siempre será mi padre! Solo quiero volver a mi
casa. Quiero volver a ver a mi madre y a mi hermana pequeña. Deseo vivir. Nunca
revelaré la verdad, mi boca siempre estará sellada. Tienes que creerme Nians,
jamás sabrán que existo.
—Irit yo te
creo, pero es demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Ya te lo
dije. Estuviste implicada en la muerte de un caído. Los humanos no pueden inmiscuirse
en asuntos de ángeles... Tu olor quedó grabado en ese lugar. Ellos lo
detectaran y sabrán que estuviste allí. Lo seguirán y finalmente te encontrarán.
Al principio querrán tu muerte, pero cuando descubran el poder que duerme en un
interior te utilizaran para sus propósitos.
—¡Toda la
culpa la tiene tu estúpido Dios! —bramó al levantarse de la cama y empujarlo—.
¡Si tu Dios no hubiera matado a ese niño inocente nada de esto habría ocurrido!
¿Qué daño podía hacerle? ¿Acaso no somos todos iguales? ¡Era su padre y
entiendo que quisiera acabar con todos vosotros! ¡Ojala lo hubiera hecho! ¡Si
alguien se atreviera a quitarle la vida a un hijo mío yo haría exactamente lo
mismo que hizo él! ¡Yo también os hubiera intentado exterminar!
—¡Pues hazlo
Irit! ¡Mátame! ¡Aquí me tienes, indefenso, ansioso por que lo hagas! —rugió
iracundo—. ¿A qué estás esperando? —le alentó sujetándola de las muñecas y
atrayéndola hacia él.
Irit lo miró
totalmente desconcertada y asustada ¿Qué buscaba comportándose así?
—¡Suéltame
me estás haciendo daño!
—¡Mátame!
—insistió.
—¡Suéltame!
¡Nians por favor suéltame!
—No puedo…
—¡Te juro
que como no me sueltes gritaré con todas mis fuerzas! —amenazó.
—Inténtalo
si puedes —le desafió.
Irit sintió
tanta rabia que no se contuvo.
Y sin
esperarlo, un estruendo ensordecedor nació de su garganta. Era un sonido que
perforaba los tímpanos. Como si cientos de niños llorasen al unísono.
Nians se
desplomó sobre el suelo retorciéndose de dolor. Irit retrocedió y se tapó la
boca con las manos en un gesto automático de sorpresa e incredulidad.
Transcurridos unos segundos —que le parecieron interminables—, todo volvió a
quedar nuevamente en silencio.
—¿Se pue…
puede saber qué ha pas… pasado?
—Eso debería
preguntártelo yo.
—No sé cómo
lo he hecho… nunca antes me había ocurrido algo así…
—Es la
fuerza que duerme en tu interior… Me temo que tú poder no habrá pasado
desapercibido.
—¿Y ahora qué
va a pasar?
—Ni yo mismo
lo sé con certeza, pero estoy seguro de una cosa, a partir de ahora nuestro
viaje no será fácil, será una Odisea.
2
—Come algo
—le insistió al ver que arrugaba la nariz tras mirar la comida.
—La verdad
es que no tengo hambre.
—¡Tonterías!
Lo que hiciste debió agotarte… así que sé buena chica y come un poco.
—¿Nians eres
inmortal? —preguntó de improviso.
—Si —afirmó
lacónico.
—Cuando era
niña escuché historias sobre ángeles. Siempre tan perfectos, tan puros e
inocentes… nunca terminé de creer que fuerais como las leyendas os describían,
y ahora que te conozco veo que no andaba muy equivocada.
—Gracias por
ser tan directa y clara. Sé que no te gusto y entiendo que no confíes en mí.
—No he dicho que no me gustes, pero
sé muy bien que eres cruel y despiadado, igual que ellos.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Lo percibo perfectamente.
—¿El qué?
—La sangre, el terror, la maldad.
—¿De qué estás hablando?
—Siento el aura oscura que envuelve
tu cuerpo… ¿A cuántos has matado?
—Depende de a quiénes te
refieras... ¿caídos?, ¿mortales como tú?, ¿demonios quizá?
—¿Realmente importa? ¿Existe
alguna diferencia?
—Mucha; pero lo creas o no, no
llevo la cuenta de mis víctimas... No es algo de lo que me sienta orgulloso.
La mirada de
reproche que le lanzó Irit le aguijoneó el corazón. No entendía por qué le
afectaba tanto lo que pensara de él.
—¿Por qué me ayudaste?
—No quería implicar a una
inocente, además; eras capaz de verme, necesitaba saber por qué.
—Ahora ya sabes la verdad. Yo...
Yo no entiendo por qué lo hiciste. ¿Por qué no me dejaste? Ahora estaría muerta
y todas tus preocupaciones se habrían acabado. Quizá hubiera sido lo más fácil,
lo más sencillo.
—Y lo más probable es que tú
madre y hermana también lo estuvieran... ¿Acaso no te importan? ¿Hubieras
preferido su muerte?
—No… pero una vida sin poder
verlas es igual de triste y dura, que una vida sabiendo que murieron por mi
culpa.
—¿Me culpas por haber querido
salvar a tú familia?
—¡Te culpo por tu existencia! —sentenció
furiosa.
—Entiendo —contestó con
amargura—, pero yo nunca quise involucrarte, nunca he querido hacer partícipe a
inocentes en mis luchas, no debiste hacerlo… ¡No debiste involucrarte! ¡No
tenías que estar allí!
—¡Pero estaba! ¡Y ahora nada
cambiará lo que pasó! ¡Nada podrá cambiar el pasado!
—¿Qué quieres de mí, Irit?
¿Quieres que te diga que lo siento? ¡Pues sí, lo siento muchísimo, siento todo
lo que estás sufriendo por mi culpa… por haberme conocido! ¿Qué más puedo decirte
para hacerte entender que siento todo lo que ha pasado?
—Nada de lo que digas podrá cambiar
lo que sucedió… ya nada importa Nians, pero hay algo que quiero pedirte.
Necesito que me prometas que harás todo lo que esté en tus manos para mantener
a salvo a mi familia. Tienes que jurármelo ¡No quiero que mueran! A cambio,
prometo convertirme en un ángel… lo haré para evitar una guerra entre ángeles y
caídos.
—Las promesas para considerarse
como tal, han de sellarse con un pacto de sangre.
—¿Qué tengo que hacer?
—Dame tú navaja Irit.
Nians tomó entre sus manos la
navaja de Irit.
—Pon tu mano
sobre la mesa con la palma hacia arriba.
Irit hizo lo
que le pidió.
La hoja
afilada de la navaja cortó la piel de la palma de la mano de Irit, y la sangre que
manó de la herida empezó a derramarse sobre la mesa. Nians cogió su mano, la
acercó a sus labios, y ajeno a la mirada de sorpresa de Irit, saboreó su sangre
espesa y cálida. Lentamente, captando toda su esencia.
Irit desvió
la mirada pues temía vomitar de un momento a otro si seguía mirando cómo Nians
sorbía su sangre sin ningún pudor. Nians sintió el cambio en Irit. Cuando alzó
la mirada y contempló su angustia, se detuvo. Se limpió la comisura de los
labios antes de cortar su propia mano y observar en silencio la sangre que
brotó del corte.
—Ahora sólo tenemos que unir
nuestras manos y mezclar nuestra sangre. Luego tendrás que repetir en voz alta
lo que yo diga. ¿Lo has entendido?
—Sí.
—Nuestro destino se entrelaza
hoy aquí con este pacto de sangre, de ahora en adelante y por el resto de los
días nuestras vidas estarán unidas.
Irit repitió
el juramente palabra por palabra; al terminar miró en silencio a Nians desconcertada.
Transcurridos unos segundos, en los que el ángel se mantuvo con la mirada
perdida, apretó su mano y prosiguió:
—Y así,
prometo proteger a tu familia por siempre. Haré lo necesario, lo que esté en
mis manos para salvarlos. No dejaré que les hagan daño, lo juro.
—Gracias Nians.
—Y ahora será mejor que
descanses un poco.
—Pero…
—Te prometí que te protegería,
además, sufro de insomnio. Mantener la mente ocupada me vendrá bien es estos
momentos.
—Entiendo. Ve
con Dios Nians, espero que tu señor te proteja.
—Lo hará.
Un dulce
aroma inundó toda la habitación. Abrió los ojos y admiró a través de la ventana
un cielo totalmente despejado. Un ligero crujido la sacó de aquellos
pensamientos que se habían instalado de nuevo en su cabeza; aquellos que le
hacían preguntarse cuál sería su destino y si todo cuanto conocía dejaría de
existir algún día delante de sus propios ojos.
Al mirar
hacia la puerta lo encontró contemplándola en silencio desde el pasillo. Tuvo
la sensación de que su cuerpo estaba allí, pero su mente se encontraba a
millones de kilómetros de distancia.
—¿Cómo has pasado la noche?
—No me puedo quejar.
—He preparado algo para
desayunar.
—Y por como huele tiene que
estar buenísimo.
El comentario de Irit le hizo
sonreír.
Irit dejó
los cubiertos encima del plato ya vacío. Había comido tanto que temió explotar
de un momento a otro.
—Creo que voy a reventar.
—¡Pero si apenas has comido!
—exclamó conmocionado—, Irit… la verdad es que no sé gran cosa de ti, por lo
que éste sería un buen momento para conocernos un poco mejor, ¿no crees?
—Yo… la verdad es que no me
gusta hablar de mí, pues no me siento cómoda compartiendo mi vida con los
demás.
—Entiendo… en ese caso, ¿hay
algo que te gustaría preguntarme?
—Ahora que lo mencionas, sí que
hay algo por lo que siento curiosidad.
—Pues tú
dirás.
—La vida en el cielo, ¿cómo es?
¿Los ángeles podéis formar una familia, o estáis obligados a vivir eternamente
solos? También siento mucha curiosidad acerca de vuestra inmortalidad... ¿Es un
derecho o una imposición? ¿Podéis prescindir de ella y haceros mortales?
Irit sintió
la fría mirada de Nians. Aquellas preguntas le habían molestado y ya era tarde
para arrepentirse.
—Lo siento
mucho, ha sido un desatino por mi parte… Uno de mis defectos es querer saber
más de lo que me corresponde y hacer preguntas incómodas a la gente. Me cuesta
creer que mi padre fuera un ángel expulsado del paraíso. Nunca he destacado en
nada... siempre he sido una niña muy patosa y sin grandes cualidades.
—Irit no
tienes que sentirlo. No tengas miedo al querer conocer todo cuanto te rodea,
todas las cosas que das por sentadas, y las que desconoces y son nuevas para ti.
Puede que tú no lo veas, sé que no crees en ti, no confías en que puedas hacer
grandes cosas, pero yo estoy convencido de que sí puedes. Sé que eres realmente
fuerte y poderosa.
—Nians...
—Los ángeles
estamos condenados a la inmortalidad, pues sólo hay un modo de vivir como un
mortal, y es renunciando a nuestros poderes. El ángel que quiera dejar atrás su
inmortalidad será despojado de sus alas y expulsado del paraíso. Vivirá como un
mortal hasta el fin de sus días, pues nunca podrá regresar al paraíso. Nunca.
—Es una vida
un tanto triste.
—Supongo que
lo es.
—Nians, ¿tienes
a alguien especial esperándote en el paraíso? ¿Alguien que se preocupe por ti y
te quiera?
—Nadie.
—¿Alguna vez
lo tuviste?
—Si, pero
han pasado muchos años desde entonces, y el transcurso del tiempo nos hace
olvidar incluso los momentos más importantes y felices de nuestra existencia.
—Lo siento.
—No tienes
por qué sentirlo, no fue culpa tuya.
—Ese no es
motivo para no sentirlo.
Nians la
miró fijamente a los ojos.
¿Por qué
aquella mortal le transmitía tanta paz? ¿Por qué sus palabras le llegaban hasta
lo más profundo del corazón? Había un cierto parecido en ella... el verde de
sus ojos lo tenía cautivado.
—Tienes sus
mismos ojos —confesó de improviso—. Supongo que es la sangre que corre por tus
venas, después de todo, tu padre fue un ángel.
—Pero mi
padre se convirtió en caído...
—No lo digas
como si fuera algo repugnante. Los caídos fueron ángeles al igual que yo y
pagaron un precio muy alto por sus errores, no todos se merecían aquel castigo
horrible. No lo olvides nunca Irit, tú padre amo a tú madre con todo su corazón,
y tú eres la prueba de ese amor incondicional. Su sangre corre por tus venas… deberías
sentirte muy orgullosa de él.
Su cuerpo se
movió por sí solo. Irit se abalanzó sobre Nians y lo rodeó con sus brazos. Lo
abrazó con tanta fuerza que temió hacerle daño. Irit lo miró fijamente a los
ojos y le sonrió con suma ternura. Las palabras de Nians la habían conmovido en
el alma, por lo que fue incapaz de retener las lágrimas.
—Muchas
gracias. Nunca lo olvidaré... —confesó antes de darle un beso en la mejilla. Y
tras decir esto, Irit se apartó de él, se dio la vuelta y salió de la cocina
rumbo a la habitación.
—¿Estás
preparada?
—Ya sabes
que no...
—La ciudad
perdida es un lugar frecuentado por toda clase de especímenes indeseables. Es
una ciudad que atrae a demonios, brujos y caídos entre otros, debemos andarnos
con mil ojos. No podemos levantar sospechas.
—¿Por qué
debemos ir allí?
—En la
ciudad vive una persona que posee un objeto que me pertenece. Lo necesito si
deseo llevarte al paraíso sana y salva. Confía en mí Irit, todo saldrá bien. Te
protegeré. No dejaré que te ocurra nada malo.
Y así, Irit
y Nians emprendieron juntos el camino que los llevaría hasta las puertas del
mismísimo paraíso.